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mi verdadera historia

DÍA 22

Decía que Irene vuelve en sí y yo, aturdido, le pido perdón por eyacular (o por mearme en la cama, o por haber acabado con la vida de sus padres y su hermano, o por ser el responsable de su pierna artificial, ¿cómo saber por qué le pido perdón a esta chica que es la primera y quizá la última chica de mi vida?). Irene se ríe y dice que no me preocupe, que también ella ha tenido lo suyo ("también yo he tenido lo mío"). Deduzco que ha gozado de un orgasmo, quizá de un orgasmo minusválido, cuya explosión he provocado, pero a la que he permanecido ajeno. De algún modo, sin darme cuenta, he acertado con lo que había que hacer. En todo caso, ella tiene, si no más experiencia, más arrojo que yo, pues pregunta ahora por mi dormitorio, adonde la conduzco todavía aturdido y donde no sé muy bien cómo, pues mi memoria está llena de agujeros febriles, acabamos desnudos en la cama. Ella me ha preguntado antes por mi madre y yo le he dicho que no volverá hasta el día siguiente. Luego se ha quitado la pierna artificial, abandonándola en el suelo, fuera de mi vista, donde se dejan los zapatos.

Irene se ríe... Deduzco que ha gozado de un orgasmo minusválido

Yo tengo un susto atroz, un susto muy superior a la excitación porque creo que estoy arrojando al aire otra canica de cristal y me pregunto a quién matará en esta ocasión, si a ella o a mí, en el caso de que no acabe también con las vidas de otras personas que permanecen fuera del dormitorio. Es ella, pues, la que hace y deshace, como si sus prejuicios acerca de los "actos impuros" hubieran desaparecido de golpe, sin lógica, lo que me extraña mucho, siempre pienso en la lógica de las cosas. Es ella la que juega con mi cuerpo, más que yo con el suyo. Es ella la que me va guiando, la que me dice ponte encima, la que toma mi verga y la guía hacia su destino. Y aunque noto brevemente la ausencia de su pierna, vivimos una unión tan delirante que no sé muy bien qué miembros pertenecen a mi cuerpo y qué miembros al suyo. ¿Qué te pasa?, pregunta porque es sensible a mis reservas. El embarazo, digo yo. No te preocupes, dice ella, he estado con el periodo hasta esta mañana. Ignoro cuánto hay de científico en esa consideración, pero me libera durante unos segundos, hasta que caigo en la cuenta de que la estoy desvirgando, lo que me hace pensar en la sangre. ¡La sangre!, digo ahora. ¿Qué sangre?, dice ella. La del virgo, digo yo sintiéndome absurdo. Lo perdí en el accidente, dice.

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