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Mi verdadera historia

Día 19

A los periodos de embotamiento mental les sucedían momentos de dolorosa lucidez en los que caía en la cuenta de lo monstruoso de mi situación: ¡salía con la chica cuyos padres y hermano habían muerto por mi culpa! Entonces me ponía a sudar, porque tal es el síntoma dominante de mis crisis de miedo. Primero, el sudor (frío o caliente, de forma azarosa); luego, una constricción intestinal insoportable. ¿Cómo habiéndome dado tanto horror la sola posibilidad de leer Crimen y castigo, había caído sin embargo en la tentación de acercarme a Irene?

Ahora he cumplido 17, llevo más de un año saliendo en secreto con mi víctima, que está tan colgada de mí como yo de ella. Dado que lo oculto ocupa más espacio que lo manifiesto, Irene advierte que tengo un secreto cuya naturaleza intenta desentrañar. En cierta ocasión, me invita a acudir a unos ejercicios espirituales de fin de semana. Daño no te van a hacer, me dice. Voy a su parroquia, me apunto, a mi madre le explico que dormiré en casa de un amigo. El retiro espiritual se lleva a cabo en una finca de las afueras de Madrid, propiedad del obispado, creo, donde hay un caserón sombrío con habitaciones desabrigadas y una ermita. La atmósfera resulta sobrecogedora, pues los encuentros giran en torno a la muerte. Los participantes no podemos hablar entre nosotros, los chicos y las chicas permanecemos separados. Irene y yo intercambiamos miradas de complicidad desde un extremo a otro de la sala de conferencias, mientras un sacerdote habla del pecado original como de una llaga con la que venimos al mundo. Se trata de un daño que está en nuestra naturaleza, que nos conforma y que transmitimos a nuestros descendientes al modo en que transmitimos la información genética. A los que participan en el retiro no les impresiona la información porque están acostumbrados a ella. Para mí en cambio es una novedad que evoca mi propio pecado original, mi crimen. Cuando regreso a la habitación, pienso que si me casara con Irene, si tuviéramos hijos, heredarían el estigma del que soy portador. El secreto, aun sin necesidad de que lo conocieran (o conociéndolo sin conocerlo), se manifestaría de algún modo en mis descendientes y en los descendientes de mis descendientes. Paso la noche en vela y al amanecer decido romper con Irene.

Si me casara con Irene, si tuviéramos hijos, heredarían el estigma del que soy portador
EDUARDO ESTRADA

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