"Mourinho es una lacra"
El Barcelona amenaza con romper las relaciones con el Madrid si defiende a su técnico
A Tito Vilanova, segundo entrenador del Barcelona, de 42 años y formado en La Masía, sus compañeros le conocen como El Marqués porque le acompaña siempre el buen gesto y cuando era jugador le molestaba que los balones estuvieran a medio hinchar o que el césped no se hallara en buenas condiciones. El miércoles por la noche o, mejor, en la madrugada del jueves ya, "el hermano gemelo del míster [Pep Guardiola]", como le llamaba Henry, el hombre discreto, fue víctima y protagonista inesperado de una noche de fútbol.
En los últimos minutos de la final de la Supercopa, en medio de una tangana en la que los jugadores andaban a manotazos y empujones, Mourinho se acercó sigiloso a Vilanova por la espalda y le metió un dedo en el ojo derecho. Se largó del lugar como llegó, tranquilo. Se giró Vilanova y le devolvió una colleja, también por detrás. El entrenador madridista, que le rebautizó como Pito Vilanova, otro de sus desprecios, en la sala de prensa, se hizo el sorpendido. Mantuvo una mirada a medio camino entre el desafío y el disfrute, ajeno a lo que sucedía a su alrededor.
Todo nació con una entrada de Marcelo a Cesc en una banda, a escasos metros de los banquillos. Saltó Guardiola y le siguieron los suplentes azulgrana al tiempo que acudieron los restantes jugadores. Mientras el árbitro, Fernández Borbalán, mostraba la tarjeta roja a Marcelo, Xabi Alonso discutía con Iniesta y Xavi; Pepe se asomaba al centro del caos, donde yacía todavía Cesc, para levantarlo del suelo, y Keita se lo quitaba de enmedio con un empujón. Marcelo se retiró. Alves y Kaká, compañeros en la selección brasileña, se abrazaron y se alejaron del lío. Un empujón de Villa a Özil y el rifirrafe posterior, con ambos expulsados, enzarzó a todos contra todos: Higuaín y Abidal, Pinto y Ramos, Piqué haciendo aspavientos... A unos metros, Iniesta conversaba resignado con Cristiano. La bronca terminó con la discusión entre Xavi y Casillas, otra vez dos internacionales españoles a la greña por un Barça-Madrid.
La imagen de la tangana, resumen de una jornada que deparó el mejor fútbol de los últimos clásicos —fue el partido más visto de la historia de la Supercopa—, dio la vuelta al mundo. Tras la ducha, unos y otros dieron su versión de lo sucedido. Y si algo quedó claro es que los ánimos no se han calmado en estas vacaciones estivales. Es más, parecen más alterados que nunca. Y, como reconoció Piqué, afectan al buen ambiente en la selección, en la que todos son compañeros: "Mourinho está destrozando el fútbol español. Nos acusan a los catalanes de ser los culpables, pero los culpables están en Madrid. Intentaremos mantener el buen rollo, pero alguien debe poner freno y tomar cartas en el asunto".
El central seguía el discurso de Guardiola, quien defendió que se están sobrepasando los límites: "Ellos piensan que siempre nos tiramos y nosotros defendemos lo contrario. No les convenceremos, pero hay que ir con cuidado porque algún día nos haremos daño. Algún día pasará algo y seremos todos responsables".
Xavi, muy dolido desde el curso pasado, fue el más tajante: "El Madrid ha quedado retratado. La imagen que ha dado ha sido lamentable y no se corresponde con la de su institución".
Por su parte, los madridistas callaban —"lo que está dicho está dicho desde hace tiempo; en la última jugada ha pasado lo que pasa cuando hay una entrada y el jugador rival se tira al suelo", decía Casillas— o, como Ramos, echaban la culpa a los "nervios". Y, lejos de corregirse, Mourinho hacía como que no conocía a Pito Vilanova "o como se llame".
El día que Vilanova se erigió en víctima del barcelonismo y Mourinho en villano del madridismo, las relaciones entre ambos clubes se torcieron aún más. "Mourinho es una lacra para el fútbol. Si el Madrid se solidariza con una actitud tan reprobable como la de su entrenador, tendremos que actuar", dijo ayer el vicepresidente del Barça, Carles Vilarrubí. En junio, finalizado el curso, respondía el presidente Sandro Rosell a las ofensas del club blanco —agresividad en el campo, acusaciones de dopaje o de favores arbitrales— con una advertencia: "Hay situaciones que no se pueden repetir. Si los límites de la deportividad se vuelven a sobrepasar, estaremos obligados a romper nuestras relaciones institucionales". El miércoles fue el primer duelo y nada parece haber mejorado.
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