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Crítica:La mirada invisible | Cine
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las ciencias de la moralidad

Javier Ocaña

Focalizar un pequeño reducto de un magma mucho mayor para establecer teorías acerca de ese tótem suele dar buenos resultados en el lenguaje cinematográfico. Porque abre las puertas al simbolismo y a la alegoría al tiempo que se las cierra al realismo más obvio; porque a veces la explicación minuciosa de una parte de la gangrena de todo un país es mucho más aclaratoria que el análisis somero de una integridad poco abarcable. Es lo que ha intentado Diego Lerman en La mirada invisible para hablar de la dictadura argentina al centrar su discurso en el microcosmos del Colegio Nacional de Buenos Aires, histórica institución de enseñanza convertida en esos años de totalitarismo en escuela con códigos rayanos en lo militar, impoluta por fuera y mugrienta por dentro, lo que le sirve para describir el estado de una sociedad que había pasado desde el estado de libertad hasta otro directamente castrense.

LA MIRADA INVISIBLE

Dirección: Diego Lerman.

Intérpretes: Julieta Zylberberg, Osmar Núñez, Marta Lubos, Gaby Ferrero.

Género: Drama. Argentina, 2010.

Duración: 97 minutos.

Basada en la novela de Martín Kohan Ciencias morales, la película tiene un atractivo planteamiento que queda muy bien definido en una de sus primeras secuencias, cuando la apología de la delación que emponzoñaba a todo un pueblo queda retratada en la amenaza de un profesor ante la nimia travesura de un alumno: "¿Quién fue? El que fue, ¡que lo diga! El que sepa quién fue, ¡que lo diga!". Sin embargo, tras un primer tercio de clima perverso, la acción se concentra en la represión sexual de una profesora que, tras un envoltorio de acero, esconde a una joven ingenua y cohibida que malinterpreta su misión en el colegio, en el país, en la vida. Y ahí, en el retrato de esa obsesión, la historia se hace más convencional (La pianista, de Michael Haneke, sobrevuela en la memoria), hasta llegar a un desenlace que se pretende atroz, pero que solo es grandilocuente y poco sutil, como de otra película, al convertir en explícito lo que antes se había resuelto bien en el terreno de la metáfora. Además da la impresión de que, llegado un punto, Lerman teme que su película sea poco concreta e incluso explica alguna de sus figuras retóricas, como la del propio título de la película. "A la vigilancia permanente la llamamos la mirada invisible", dice un mandamás, con lo que se pierde parte de su eficacia y de su lírica.

Mientras, en lo formal, se acude por enésima vez a una fotografía de tonos grises y sepias para describir un tiempo pasado y a una sociedad torturada, lo que ya se está convirtiendo en cansino cliché.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.
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