Una vida paralela
La mayor empresa de México no paga ni un peso de impuestos. Su plantilla -según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI)- la componen nada más y nada menos que 13,5 millones de trabajadores. Hay de todo: taxistas, fontaneros, aparcacoches, cocineros, vendedores ambulantes de todo lo imaginable, músicos, camareros... Es tan grande esa empresa llamada economía informal que su plantilla supera en 600.000 trabajadores a los que forman parte de las empresas que sí pagan impuestos. Los Gobiernos sucesivos del país tratan desde hace años de encontrar una fórmula para que la economía informal, que se calcula en un tercio del producto interior bruto (PIB), se integre en el sistema. Pero Laura Fuentes está convencida de que esa es una, otra, guerra perdida.
Se calcula que la economía sumergida supone un tercio del PIB
Millones de mexicanos ganan y gastan su dinero fuera del sistema
Laura Fuentes no es economista. Tal vez si lo fuera no llegaría a fin de mes. Porque lo que Laura y casi todas sus amigas hacen con el dinero está más cerca de la magia que de la lógica. En el restaurante del Distrito Federal donde trabaja de mesera (camarera) solo le pagan 60 pesos al día (3,60 euros), el resto hasta los 150 pesos que suele llevarse a casa (9 euros) lo consigue gracias a las propinas. Eso los días que trabaja. El día que descansa o que no puede acudir porque su hijo de tres años se ha puesto enfermo -es madre soltera- no cobra nada. Laura, al no cotizar, no tiene derecho a ninguna ayuda del Estado; su vida transcurre de forma paralela. Ni lo que come ni lo que viste proceden de supermercados o tiendas de ropa, sino de alguno de los cientos de tianguis -mercados callejeros- que pueblan cualquier ciudad de México. Ahí se puede comprar de todo, desde unos deliciosos tacos al pastor hasta discos o libros piratas, bajo la atenta mirada de los agentes de la autoridad que, previo pago sin factura de algunos pesos, lo que maliciosamente se llama mordida, velan por que la vida paralela transcurra en orden.
Abocados desde hace décadas a vivir fuera del sistema, millones de mexicanos con parecido perfil que Laura hacen del día a día un verdadero arte. No forman parte de los 53 millones de pobres (el 49,3% de la población) ni tampoco de esa clase media cada vez más numerosa en México. Lo suyo es una especie de limbo. Cuando se ponen enfermos, a menos que sea de gravedad, jamás van a una farmacia o a un médico. Si no hay más remedio, se acercan a una de esas cadenas de productos genéricos donde por unos cuantos pesos les recauchutan la salud. Hasta disponen de una modalidad de ahorro muy popular ajena a los bancos. Es el sistema de tandas. Un grupo de compañeros de trabajo o de vecindad se organiza para que cada uno ingrese periódicamente cierta cantidad de dinero -pongamos 500 pesos (30 euros) cada quincena-. Se sortea de tal manera que cada participante cobre el monto de la tanda una vez cada seis meses o una vez al año. Es una forma de ahorrar. De aguantar la estrechez diaria con la vista puesta en una lotería segura.
Confiesa Laura que pocas veces abandona el circuito paralelo para comprar algún producto auténtico, imposible de clonar. Uno de esos momentos es cuando tiene que recargar el saldo de su teléfono. Ahí sí que no tiene más remedio que acudir a la compañía telefónica líder en México. Su dueño es el hombre más rico del mundo. Pero ni siquiera él puede aspirar a tener una plantilla compuesta nada más y nada menos que por 13,5 millones de trabajadores.
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