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Columna
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Carta de ajuste

Tomàs Delclós

A la BBC le han dicho que debe ahorrar, ¿y a quién no?, y está planeando reponer el programa más visto de la historia de la televisión: la carta de ajuste. La emisora pública británica dejaría de emitir programas durante la madrugada y, en su lugar, reaparecería este popular cartelón. Se ahorrará la continuidad, las reposiciones y, si eso pasara en España, tendríamos muchas menos adivinanzas del tarot.

En YouTube alguien ha colgado una historia gráfica de la carta de ajuste en España. Nació en blanco y negro, como la televisión de los primeros años, y servía para regular los mandos del aparato: sintonía, brillo y, luego, color. Circunferencias, radios, cuadrículas construían un cuadro. Lástima que no haya constancia de que ninguna alcanzara la osadía estética de un kandinsky, un mondrian o un malevich. Quizá porque estaba más pensada para los monitores de medición de la señal que para complacer a un televidente tan adicto como esteta.

Las hubo en color, de barras, con música, con pitidos o que sintonizaban con una emisora. Al margen de sus usos profesionales, TVE la abandonó en 1996 y un poco más tarde el resto.

Las emisoras deberían ir pensando en no renunciar a este género. Reinventarlo. De hecho, en muchas ocasiones, la televisión funciona como una radio, es un aparato de compañía, su sonido alivia la soledad del ocupante de la casa que ni se digna mirarla. Pero en esta recuperación podría darse un paso mucho más valiente: la nieve.

La carta de ajuste tiene algo de tranquilizador y anestésico. Te dice que no hay programas, pero el aparato funciona. La nieve, por el contrario, es el fallo, la desconexión. Te dice que ya no hay nadie detrás. Hace años, TV3 tenía un programa infantil con el mejor malo de la historia de la tele, Mega Zero. Era un monstruo estrictamente televisivo que ponía en peligro la existencia del presentador del espacio: la nieve, la pérdida de señal, el no ver nada. Tras el apagón analógico, el apagón visual. No debe ser algo tan malo. Recuerdo un anuncio en el que el patrocinador ofrecía 20 segundos de nada, de descanso. Todo un manifiesto.

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