_
_
_
_
Reportaje:Música

Caza y captura de Winehouse

¿Fue víctima la cantante inglesa del acoso y derribo y la cultura de los famosos? Sus canciones inéditas pueden ayudarnos a entender su calvario

Diego A. Manrique

Este verano visitaba España una vocalista poderosa y recomendable, Nina Zilli. Nos la presentaban como "la Amy Winehouse italiana", una etiqueta grosera que -suponemos- ya habrá sido desechada. Ahora interesaría determinar cuál ha sido exactamente la aportación musical de Amy: cómo definir su modelo artístico, más allá de su catastrófico final.

Había en Amy algo más que una cantante de soul, aunque sí tenía una convincente voz pastosa. No ejercía de purista: usaba producciones modernas, incluyendo sampleados. Tampoco recreaba clásicas del soul: cambiaba de ritmo con temas jamaicanos -Monkey man, You're wondering now- y estándares del jazz tipo Moody's mood for love, There is no greater love o Body and soul.

Era un secreto a voces que sus teléfonos estaban pinchados
Hay un extraño prejuicio por vender discos de alguien que acaba de morir

Pero la gran baza estaba en su selección de gemas pop de los sesenta -Cupid, To know him is to love him, It's my party, Will you still love me tomorrow- por el radical contraste entre su candidez con el repertorio propio de Winehouse. Ella convirtió su vida -y la de sus seres cercanos- en materia de inspiración. Amy se reconcome con las infidelidades masculinas: de su padre, en What is it about men, o de su novio, en Back to black; tampoco participa de la solidaridad femenina (Fuck me pumps).

La obsesión subyacente en la obra de Amy es la discrepancia entre el amor de las canciones y la realidad. Ella, una cosita esquelética, sexualizó su imagen, para aproximarse a las voluptuosas Ronettes y demás girl groups neoyorquinos. Sin embargo, más que estilistas habilidosos, necesitaba asistencia para sus episodios de depresión. Reacia a los antidepresivos, se automedicaba con cantidades titánicas de alcohol y drogas. Su chispa londinense se apagó bajo los efectos de semejante ingesta.

Inevitablemente, Winehouse se convirtió en protagonista multimedia de su particular reality show. ¿Era consciente de estar atrapada en esa dinámica de "la vida como espectáculo"? Un secreto a voces en el mundillo periodístico británico: sus teléfonos -y los de sus padres, hermano, amigas y novios- estaban pinchados. Los sabuesos hasta tenían acceso a sus informes médicos. Lo confirma Charles Lavery, periodista de investigación del Sunday Mail escocés.

Eso explica que quedara registrada cada borrachera, cada entrada y salida de una institución. Igual Amy creía que ese acoso era inevitable para cualquier famoso. Lo contrario supone imaginarla desesperadamente paranoica, convencida de que una o más personas de su círculo la vendían a tabloides, a los proveedores de carnaza televisiva. Algo que, advierte Lavery, también pudo ocurrir, ya que los buitres necesitaban disimular su espionaje tecnológico.

Tras su muerte, Amy queda reducida a una historia ejemplar. Los moralistas pueden despedazarla y pisar sus restos para subir al púlpito habitual. Hay predisposición a consagrarla como una mártir feminista, a pesar de que, incluso en el acto íntimo de componer, siempre colaboró con hombres. Y el truco fácil de retratarla como una víctima de la industria musical.

Por ejemplo, a eso se apunta Piers Morgan. El astro de la televisión, que actualmente ocupa el sillón de Larry King en la CNN, arremete contra aquellos que se contentaron con sacar dinero de Amy, pero que no se esforzaron en ayudarla. Pero Piers Morgan, en una reencarnación anterior como director del Daily Mirror, se aprovechaba de pinchazos y alardeaba -¡por escrito!- de escuchar un implorante mensaje dejado por Paul McCartney en el móvil de su entonces esposa, Heather Mills.

Y la odiada industria. Circula la idea de que hay algo intrínsecamente perverso en el hecho de vender discos de alguien que acaba de dejarnos: un extraño prejuicio, posiblemente de origen judeo-cristiano, que ignora el humano deseo de honrar a la persona fallecida. Por cada persona que conocía los dos discos de Winehouse, había 100 que solo tenían una idea nebulosa de su cancionero o que pensaban que lo suyo era un montaje, uno más del circo de famosos desesperados. Frente a las sospechas, la muerte es un argumento tajante.

Así que nada de rasgarse las vestiduras. Muy al contrario: urge desear que Metrópolis (management) e Island (discográfica) trabajen bien y conviertan sus maquetas en un tercero, un cuarto disco. Siempre se ha hecho y hay buenos motivos, aparte de los puramente económicos: son piezas que nos faltan para intentar montar el rompecabezas, el puzle del artista meteórico.

SCIAMMARELLA

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_