'Chill out' y pajitas de un metro de largo
En pocos espacios de la costa castellonense puede el veraneante abstraerse de la algarabía que comporta el turismo familiar. La última playa en la que pensábamos olvidarnos de las regañinas, la playa Norte de Peñíscola, mantiene una burbuja chill out, ya clásica en la Comunidad Valenciana.
Al subir las escaleras del café-terraza-club Mandarina dejamos atrás el tráfico constante del paseo marítimo para desembarcar en una terraza exterior de 220 metros cuadrados -bien mirada, es una típica azotea peñiscolana- impregnada canónicamente del estilo de vida chill out. O quizá habría que tildarla de lounge, vistos los sofás blancos y mullidos con almohadones y las mesas iluminadas de forma artesanal mediante lámparas de jardín introducidas en cubos de fibra de vidrio. El interiorista Benjamín Geensen ha ideado un ambiente mediterráneo de líneas puras en el que no faltan los tonos blancos y naranjas cítrico haciendo honor al nombre del local. El pavimento de madera acrecienta la sensación de relax.
MANDARINA CLUB
Avenida del Papa Luna, 1, Peñíscola (Castellón). Teléfono: 964 46 76 50. Internet: www.mandarinaclub.net. Horario: abierto de 13.00 a 3.30, utilizar el parking junto al Palacio de Congresos. Precios: comida, unos 30 euros. Cóctel New Mandarina Club, 7,50 euros. Jarrón de dos litros de agua de Valencia o del cóctel Papa Luna, 24 euros.
Pérgola y 'sushi'
Un rincón de la terraza está recubierto con una pérgola, y de 19.00 a 23.00 abre el Gekko Sushi Point, donde el jefe de cocina Emilio Remus despliega a la vista del público las artes cisorias aprendidas en Japón. Los hay que hojean el bimensual Mandarina News (se puede consultar el número de este verano en la web www.mandarinaclub.net). Y antes o después se impone tomar alguna tapita en la vinoteca Rojo Picota, situada en la planta baja.
Durante las 15 horas de apertura diaria, cualquiera puede aprovechar para degustar alguno de los cócteles estrella, como el New Mandarina Club, cuyos ingredientes cambian anualmente. Este julio de 2011 incorpora sandía, vodka, ginebra y se remata con espuma de pomelo. También se sirven helados (merece la pena probar el de coco), así como batidos naturales. El restaurante admite solo 35 comensales, lo que exige reservar con antelación.
Al Mandarina se le saca todo su jugo con la panorámica que brinda del castillo del Papa Luna -construido por los templarios sobre restos de la alcazaba árabe y transformado, en el XV, por dicho Papa- en el momento en que se encienden las luces de la muralla: la Costa del Azahar alcanza su máxima expresión (¡momentazo!).
A medida que transcurren las horas se van relevando los cuatro disc jockeys que imprimen intensidad sonora, empezando con acariciante deep-house y rematando con ritmos más percutivos y bailables. Esporádicamente pasan camareros sosteniendo una suerte de jarrones tipo florero con capacidad para dos litros de agua de Valencia, o rellenos con la pócima del Papa Luna, es decir, zumos de naranja y zanahoria, Campari, ginebra y "un toque brujo secreto", recita, misterioso, el gerente, Antonio Horche. Cada jarrón viene con divertidas pajitas de un metro de largo. Para los forofos abre a la entrada la tienda de merchandising.
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