El encanto del hombre sencillo
Todo sea porque no le confundan con tantos otros apóstoles de la melodía azucarada. Envuelto en divertidos y coloristas efectos tridimensionales, Juan Esteban Aristizábal emergía anoche en el Palacio de los Deportes rasgando con furia su guitarra eléctrica, empeñado en reivindicarse como legítimo rockero tropical. No siempre lo consigue, pero debemos admitir su apuesta por la honestidad: Juanes solo ofrece la credencial de sus canciones, sin vertiginosos movimientos pélvicos, coreografías milimetradas ni otros fuegos de artificio al uso.
El de Medellín suda (ostensiblemente) la camiseta desde el primer momento, con ese Yerbatero que le ha servido para anunciar el nuevo álbum (P.A.R.C.E.) que ayer le trajo por estos lares. Juanes encadena los primeros temas y explota bien el factor sorpresa cuando su amigo Dani Martín irrumpe sin aviso previo para abordar el contagioso Nada valgo sin tu amor. Son 11 años en la aristocracia del pop latino y el colombiano puede tirar de agenda y convocar a Miguel Bosé para Odio por amor. Cuesta más entender, sin embargo, que en Me enamora recurra a Melendi, un personaje de escasa enjundia, con el que ayer nos tropezábamos por tercera vez en el último mes y medio. Qué se le va a hacer.
Incluye en sus agradecimientos incluso "a los camioneros"
El de Medellín suda (ostensiblemente) la camiseta desde el primer momento
Juanes alinea una formación de pop-rock clásico, con hasta tres guitarras rechinando y el añadido latino de una sección de percusión muy generosa: un batería y dos hombres golpeando bongos y todo tipo de cacharritos. La fórmula funciona sobre todo cuando agrega algunas gotas de sabrosura vacilona, como en Fotografía o Gotas de agua dulce. Pero las solemnidades le sientan mucho peor. Y no regresas, uno de sus más recientes sencillos, pretende ser ambicioso y se queda en simplón. Y No creo en el jamás constituye un desdichado horror épico, como si de un descarte ñoño de Héroes del Silencio se tratara.
Los discursos comprometidos tampoco acaban de prender la mecha entre los 11.000 congregados en el recinto. Un cantante no tiene por qué ser un mesías de verbo embriagador, pero la alusión al mundo como lugar enfermo y el papel de la juventud como revulsivo sonaba manido. Tampoco acompaña la canción escogida para el mensaje, Todos los días, otra prueba de que el último disco de un artista no tiene por qué ser el más inspirado. Funciona mejor la apelación patriótica al Día de la Independencia, que ayer celebraban los colombianos de todo el mundo. Y en el Palacio eran multitud.
Con La camisa negra le llovió a Juanes la primera bandera tricolor, y a partir de ese momento se desató una pertinaz lluvia de claveles por parte de un paisanaje que sabe apreciar la complicidad y cercanía. En ánima y cuerpo, porque el autor de A Dios le pido dispone de dos plataformas cuadradas para cantar a un palmo mismo de la pista. Ahí radica el encanto de un hombre sencillo, que incluye en sus agradecimientos hasta "a los camioneros" que transportan los cachivaches de una ciudad a otra. El encanto de los pequeños detalles.
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