"Un sistema que te expulsa fuera de ti mismo, ese es un exilio contemporáneo"
Malayerba, la compañía ecuatoriana de Arístides Vargas (Córdoba, Argentina, 1954), presenta hoy La razón blindada en la Mostra de Ribadavia. Es la primera vez en Galicia de una obra representada en todo el continente y en la Casa de América, en Madrid, hace ahora seis años.
Lo repite Vargas en la furgoneta, camino de O Ribeiro: fue un encargo que cuadró bien. Del festival de teatro clásico de Almagro le pidieron una visión sobre Don Quijote para el 400º aniversario de la novela más querida de Karl Marx. "Yo estaba en Argentina y súbitamente se me apareció la posibilidad de relacionar la obra con la experiencia de los presos políticos de los años setenta". Una serie de entrevistas con algunos de los hombres que penaron en Rawson, la cárcel de la Patagonia -entre ellos su hermano, Chicho-, que se mezclaron con el recuerdo de La verdad sobre Sancho Panza, el microrrelato de Kafka en el que Sancho inventa al ingenioso hidalgo porque necesita un héroe. Vargas fija lo sustancial: "La idea surgió a partir del testimonio de esos presos que hacían teatro todos los domingos en una de las cárceles más duras de la dictadura argentina".
El teatro clandestino de los presos políticos inspira 'La razón blindada'
"Yo hago teatro en un lugar donde hacerlo es todavía algo orgánico"
Centrado en esas tres fuentes, escribió el texto en 45 días y enfermó. "Fue un evento físico", resume. "Un momento de mucha iluminación". En las reflexiones sobre el teatro de Vargas, que militó en la Juventud Universitaria Peronista y abandonó el país antes de instaurarse el terrorismo de Estado de la junta militar, han dado mucho de sí la experiencia interior del exilio, la marginalidad y sus personajes lógicos, sin espacio propio entre la memoria, que se reconstruye afectivamente, y el olvido.
"Y está la alegría", recuerda, como trasfondo del género. "Yo les pregunté a los presos por qué se arriesgaban a hacer teatro en esas condiciones y me decían 'por reírnos'. Les valía para sentir un cierto halo de libertad de vez en cuando. Uno tiene el prurito de poner el drama, pero esa gente lo hacía por esa otra necesidad, tan alejada de la risa banal del comercio". Como aquel teatro inaugural de los presos, en diálogos de a dos, sentados y sin levantar la voz para que no se enterasen los vigilantes, la obra que hoy representan el propio Vargas y Gerson Guerra, con Charo Francés en la dirección de actores, se mostrará otra vez igual de magra. También es una cuestión de distancia, precisa, sobre el trabajo escénico en el contexto latinoamericano: "Ahí hago mío lo de Barthes: hablar de estilo en determinadas culturas es ocioso, cuando no hay historia cultural a la que rendir culto".
Como autor "tardío", no se siente centro de ninguna generación del exilio, cuestión recurrente en cualquier cartografía teatral de América Latina. "Salgo de mi país con 19 años, con una familia muy golpeada por la dictadura... No soy Eduardo Pavlovski, mucho mayor que yo, y sin embargo sí me siento parte de toda esa generación en la contemporaneidad". También en la decantación del exilio como cuestión "existencial". Habla de la biopolítica del exilio actual: "No es estar castigado por la evidencia de un delito político, sino por un sistema que no te contiene, que te expulsa fuera de ti mismo. Ese es un exilio contemporáneo". Se lo empezó a preguntar en obras como Nuestra señora de las nubes. En un mismo pueblo, Vargas reunía a los exiliados políticos con los exiliados pobres y los exiliados crápulas. "Es impresionante la cantidad de gente que todavía viene a ver esa obra... Pero eso es que hoy vivimos en esas nuevas formas de exilio".
Vargas, que ha colaborado con el valenciano Sánchez Sinisterra y con algunas compañías de Euskadi, viene con Malayerba a Ribadavia tras experiencias anteriores en Cangas y en Pontevedra, donde hubo representaciones universitarias de Nosa Señora das Nubes. Lejos de la actualidad de la escena en Galicia, sigue cultivando algunos de los mantras del teatro independiente en el siglo pasado: "Yo me gano la vida de múltiples maneras que no tienen nada que ver con el arte. Cuando me preguntan de qué vivo, siempre digo que el teatro no es una cuestión gastronómica. Pregúntame para qué vivo".
En el teatro clásico -y ahí sitúa a Valle, uno de los dramaturgos ajenos que suele representar Malayerba-, dice, "sigue habiendo algo sólido que me interesa". "Entiendo el teatro como un juego complejo de percepción, emoción y pensamiento un poco a la manera brechtiana, justo en una época donde los juegos se han vuelto sencillos e ingenuos. Y lo hago en un lugar donde el teatro todavía se entiende como algo orgánico".
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