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Columna
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El otoño de Camps

Ignoro quién ha sido el listo que ha aconsejado la estrategia de Francisco Camps frente a sus asuntillos judiciales, pero lo cierto es que se ha lucido. Quizás Federico Trillo -sin olvidar acaso a Rafael Blasco- que con tanta maestría llevó el asunto del accidente del Yak 42. Todo esto parece una zarzuela mal desarrollada en la que el pollo pera miente y se desdice y vuelve a mentir y a desdecirse hasta hacerse tal lío que ni la primera de las vicetiples se atreve a sugerirle que se acerque a la farmacia para solicitar una fórmula magistral. Lo cierto es que aquí tenemos al señor Camps en el banquillo de los acusados, o imputados, y que si se le ocurre utilizar la toga de abogado para ocupar lugar menos indigno durante el proceso siempre subsistirá la sospecha acerca de si también esa prenda fue un regalo premonitorio de su amigo El Bigotes.

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Fuera de esa penosa circunstancia, los compinches del encausado -incluyendo a Rafael Blasco- insisten una y otra vez en la razón que proporcionan los votos, ya que habiendo sido elegido por mayoría presidente de todos los valencianos estaríamos ante un plebiscito popular que desbordaría en pertinencia y legitimidad el oscilante veredicto de jueces y jurados. También otros mandatarios fueron elegidos por mayorías abrumadoras con el único propósito de machacar a sus pueblos, así como Berlusconi fue también varias veces elegido para dedicarse a reforzar la buena travesía de sus muchos y poco confesables negocios, que modo que ningún triunfo electoral puede servir de pretexto o de refugio para escamotear la acción de la justicia. Que nadie se equivoque al respecto. En absoluto sugiero que Francisco Camps se haya enriquecido en el disfrute de su cargo -con lo que estará de acuerdo hasta Rafael Blasco-, pero sí que ha favorecido con sus notables poderes el enriquecimiento de muchos de los personajes de su entorno, algo en lo que hasta Santiago Calatrava estará de acuerdo para sus adentros. A fin de cuentas, un puñado de trajes y otras gabelas de menor enjundia son poca cosa si se comparan con las interioridades que cubren, éstas sí de mayor relieve dada la indiscutible e incluso presuntuosa masculinidad de que hacen gala.

Pero tampoco es eso -como bien debe saber Rafael Blasco-, sino lo otro. Y lo otro es que los trajes son como un obsequio menor, una especie de torna como regalo a incontables favores de mayor envergadura. No diré que Camps ha contribuido de manera notable a saquear las arcas públicas -y de eso también sabe un rato largo Rafael Blasco- pero sugeriré que su gestión ha dejado este país con lo puesto para los que todavía tienen algo que ponerse. Si sale de esta con una simple multa, pues enhorabuena, maestro, por la faena, aunque no convenga olvidar que lo que se sabe acaba por saberse. Lo peor es que a estas alturas ni siquiera sabemos si a El Bigotes también le gusta Amaral.

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