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Análisis:ANÁLISIS
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Los ojos que ardían

Minutos después de ganar el Open de 1979 Seve Ballesteros fue conducido hasta los periodistas. Se sentó en una mesa alta e hizo lo que pudo para responder a sus preguntas con su inglés macarrónico. Una de ellas la hizo un reportero de The Sunday Times, un hombre que estaba justo debajo de Ballesteros, por lo que el campeón del Open no podía verlo bien, y que tenía la voz un poco descontrolada. "¿Qué va a hacer con su vida ahora que ha ganado el Open?", preguntó, pero, por alguna razón, no fue eso lo que se oyó. El periodista tuvo una segunda oportunidad, pero tampoco logró hacerse entender, y cuando el tercer intento también fue fallido, todos los presentes soltaron una carcajada de burla. En ese momento, Ballesteros, que tenía 22 años y tres meses, se agachó para darle una palmadita al reportero en la cabeza. "No preocuparse, amigo mío", le dijo. "Tú hablar el buen inglés".

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Va por Seve

Desde ese momento le juré lealtad a Ballesteros como nunca se la he jurado a ningún otro golfista. Cuando hablo con alguien sobre quién es nuestro golfista favorito de todos los tiempos y se mencionan nombres como Arnold Palmer, Ben Hogan, Jack Nicklaus y Tiger Woods, yo pienso en esa tarde en Lytham y contesto: "Yo soy de Ballesteros". Y no es por su récord de la Copa Ryder, sus cinco grandes o su estilo a veces salvaje de jugar al golf. Tampoco es porque hiciera que los europeos se volvieran a sentir orgullosos del golf, porque no hubiera ninguna causa perdida cuando él estaba ahí o porque iluminara cualquier habitación al entrar. Es por todo eso y mucho más.

Ballesteros era el golfista más carismático que he conocido nunca. Ni en sus mejores momentos ha tenido Woods el carisma que atesoraba Seve. Sus ojos no ardían como los de Seve y su forma de andar no era tan fácilmente reconocible como la de Seve. Y su swing no era tan elegante como el de Seve en su mejor momento, una combinación de elegancia y poder que no tenía rival. Antes de que cayera en desgracia, Woods intimidaba a la gente con el aura de misterio que lo rodeaba: se entrenaba en mitad de la noche si era necesario; viajaba solo, comía y se alojaba en casa de los suyos; y era reservado porque quería serlo. Ballesteros era todo lo contrario: se alimentaba de la reacción de sus seguidores; establecía una relación con ellos; y no era tan distante ni daba tanto miedo como Woods. Ballesteros era carismático; Woods intimidaba. Arnold Palmer, el amigo de todo el mundo, era carismático; Nicklaus intimidaba. Rafa Nadal es carismático; Federer, con su autocontrol, intimida.

Algunas personas han nacido para ser cantantes o bailarines; otras, para ser pianistas. Ballesteros nació para ser golfista. Cuando adoptaba la postura para hacer un swing, parecía que el palo era una parte más de su cuerpo, como un brazo o una pierna. Ni siquiera el mejor profesor del mundo podría haber mejorado su postura. Hasta la forma que tenía de poner las manos en la empuñadura era preciosa, con un buen agarre pero con suavidad. En manos de Ballesteros, el palo era un pájaro herido o un huevo roto, no el hacha que es en las manos de otras personas. Ballesteros me ganó con su talento y su genio. Él nos ayudó a soñar.

John Hopkins, periodista de The Times, escribió este artículo tras la muerte de Seve, en mayo pasado.

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