Los bailes de Maricastaña
Ah, los Veranos de la Villa. Esa entrañable tradición musical a la que terminaremos rebautizando, cualquier año de estos, como los Veranos del Déjà Vu. Es un placer reencontrarse en el escenario de Puerta del Ángel con la primera brisa de la anochecida, la espectacular silueta iluminada del Palacio Real, los mojitos de urgencia en el fondo sur. Es irremediable el feísmo catedralicio, pero eso ya lo tenemos asumido. Y no resulta tan reconfortante, en cambio, tropezar en el cartel con bandas y solistas que creeríamos extinguidos y finiquitados... de no ser porque los programadores de estos Veranos sienten especial predilección por lo que, con sentido piadoso, llamaríamos viejas glorias. Aunque en una aproximación más realista deberíamos hablar, a veces, de medianías vetustas.
De Kool & The Gang no sabríamos nada de nada, ni nuestro agujero informativo sería razón de grave trauma, de no ser porque en 2007 nos los encontramos, ¿adivinan?, en determinado ciclo municipal veraniego. De la banda que agitó millones de pelvis durante los años setenta, con particular concentración de éxitos en la segunda mitad de la década, solo queda el jefe del clan, el bajista Robert, Kool, Bell. Y se hace notar porque es el único de los nueve músicos en escena que renuncia al blanco impoluto para lucir chupa negra de cuero. Por eso y porque cuando hace uso de la palabra nos parece estar escuchando a su admirado James Brown, pero en una noche de afonía. El arranque, con un homenaje a Michael Jackson a través de Don't stop 'til you get enough, resulta más bien desolador, sobre todo porque el cantante larguirucho confunde el falsete con la voz de pito. Los primeros títulos del repertorio propio se suceden mediante la fórmula del popurrí, tan resultona para los programas de variedades en Nochevieja y tan irritante sobre un escenario. Además de acarrear un efecto contraproducente: así se nota más que Tonight, Emergency y Misled se parecen como gotas de agua.
Con todo, la fresca, la euforia estival y el irresistible influjo de la nostalgia contribuyen a que la parroquia (más de 1.500 almas) sonría y hasta rescate algunos giros de cadera que se remontan a los tiempos de Fiebre del sábado noche. Los cantantes, muy seductores ellos, insisten en "cantar para las damas" y reclaman una mayor iluminación de las gradas, por aquello de disfrutar con nitidez de la belleza femenina. Ah, pillines.
Lo más sustancioso del espectáculo llegará en su tramo central, un viaje a los setenta a lomos de los sincopados ritmos del funk. Comienza bien esta fase, con los metales ganándose a ratos el jornal y con un poco de chicha, y hasta de limoná, en Hollywood y Jungle boogie (sí, la que rescató Tarantino en Pulp fiction). Pero luego llegan los solos de extensión innecesaria, la monotonía, la sensación de cosa antigua. A un concierto como el de anoche solo le salvan las añoranzas. La sensación de estar recuperando por un momento los vinilos con los que bailábamos no ya nosotros, sino nuestros hermanos mayores. En los tiempos de Maricastaña, siglo arriba o abajo. Cuando empezábamos a descubrir qué diantres era aquello de la frecuencia modulada.
Por eso, hacia las 23.30, al escuchar Get down on it, más de uno recordó aquellas generaciones que, adictas a los anuncios de la tele, rebautizaron aquel exitazo como Get Danone. La canción de los yogures, qué gracia. Entre eso y el inevitable Celebration final, unos cuantos cientos se volvieron a casa con la sonrisa puesta, una medida bien saludable para encarar el primer lunes de mes. Y ya nos podemos olvidar de Kool & The Gang hasta el próximo déjà vu, que todo se andará.
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