Recibimiento hostil a Contador
Unos 7.000 aficionados abuchean al español en la presentación de los equipos
En efecto, las verdaderas respuestas están en las preguntas. Dime qué te preguntan y te diré cómo te ven, eso.
En la puerta del hangar que hace de sala de prensa -brisa fresca en La Vendée agitando suave la hierba de las marismas-, Flecha, expansivo, sale con el resto del equipo Sky del ritual de las vísperas, de la conferencia de prensa de los favoritos. "Como dice Wiggins", comenta, "estas conferencias no valen para nada: los periodistas que preguntan no saben qué preguntar y los que pueden hacer preguntas interesantes no abren el pico". Wiggins, el jefe de Flecha, es uno de los favoritos del Tour. También, uno de los más chisposos, magnífico sentido del humor, a la hora de responder y de los más sosos a la hora de correr.
El campeón considera que este año la presión más fuerte será la externa
En el hangar ya ha empezado la conferencia del favorito, Alberto Contador. Para ponerse al día, los que llegan tarde no preguntan qué ha dicho el de Pinto, sino, claro, qué preguntas le han hecho. "Siete", responde, conciso, un clásico; "cinco buenas y dos malas. Uno le ha preguntado cómo se puede motivar sabiendo que una semana después de concluido el Tour le pueden quitar su probable victoria. Otro, que por qué cree que tiene el deber de creer en su inocencia cuando nunca se ha pronunciado contra el dopaje". Ambas, más que capciosas, partían de hechos falsos -no está escrito en ningún sitio que, si le castiga por su clembuterol del Tour pasado, el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) incluya la privación de las victorias de este año en la sanción; no es verdad que Contador nunca se haya pronunciado contra el dopaje: así se lo dijo, clásico, conciso, en pocas palabras, a sus interrogadores. También dijo, consciente desde hace meses de dónde se metía decidiendo correr el Tour, que en este Tour la presión más fuerte será la externa a la carrera, no la meramente deportiva: "Basta ver el número de cámaras y periodistas que estáis aquí".
Pocas horas después no fueron las preguntas las que dibujaron la percepción del campeón de los últimos dos Tours, las que subrayaron las dificultades de todo tipo que deberá superar para ganar su cuarto Tour, el escepticismo que se respira en los medios, sino su contrario: la afirmación tajante puntuada con símbolos de exclamación y acompañada de música de viento. En el anfiteatro galo-romano -apropiado escenario falso de parque de atracciones con aires de plaza de toros en el que se desarrolló la presentación de los equipos-, llegado el momento en que el locutor voceaba el nombre de Contador, los 7.000 espectadores, como energúmenos de circo con el pulgar hacia abajo, empezaron a abuchearle sonoramente. Los pitidos, reminiscencia de los que sufrió en el Tour pasado, cuando al público le convino la idea falsa de que había robado el maillot amarillo a su adorable Andy Schleck, pobre averiado, se reprodujeron cuando le entrevistó el presentador del acto y también cuando abandonaba el sonoro óvalo con sus compañeros.
A Schleck, el más aplaudido, las preguntas que le molestan son tres, anodinas: ¿quiénes son los favoritos?, ¿prefiere o no que Contador corra el Tour?, ¿qué debe hacer para ganarlo? Justamente, perfecto retrato del personaje, las únicas que le hacen.
Wiggins, Gesink, Van den Broeck, Leipheimer, Martin, cualquiera, solo declaran que su aspiración es el podio o un puesto entre los cinco primeros, que no se ven capaces de ganar. Schleck solo dice que quiere derrotar a Contador. Contador, lo normal es que no gane. ¿Es que nadie quiere ganar el Tour?
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