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MÁS TRISTES SON USTEDES
Columna
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Canción triste de autor

Tengo una suerte bárbara y la vida me va de cojones. Por eso ya no me pasa. Sin embargo, antes siempre había dos o tres tipos por los que yo me hubiera cambiado gustosamente.

No los envidiaba. Se trataba de algo más sutil. No sé, un gestito, una peculiar manera de caminar, o alguna chorrada por el estilo.

Con el tiempo me di cuenta de que a ellos también les perseguían por la calle para darles de hostias e insultarles. No tardamos en compartir alguna que otra paliza.

Nos establecimos en los vertederos e inventamos nuevos juegos. Con unas sartenes y cuerdas viejas nos inventamos una especie de concurso la mar de divertido: la prueba de la guitarra eléctrica.

Consistía simplemente en que te quedara bien. Dadas nuestras limitaciones, resultaba divertido. Una sartén colgando del hombro no le queda bien a cualquiera.

Luego estaba la prueba del micro, que se hacía agarrando cualquier cosa alargada y gritando por ella. Superar la prueba del micro eximía de pasar la prueba de la guitarra.

Observé que, mientras jugábamos, los vecinos dejaban de tirarnos piedras. Un día, aplaudieron. Al día siguiente vinieron unos tipos trajeados y se nos llevaron en unas furgonetas blancas. Nos dijeron que eran nuestros managers, que les hiciéramos caso en todo y que nos íbamos a forrar todos sin dar ni chapa. Nos remangaron las camisas y nos pusieron inyecciones de colores. De ahora en adelante, antepondríamos al nuestro el sobrenombre de "Autor".

Me desperté en un escenario sin recordar haberme subido a él. En lugar de la sartén llevaba colgando una Les Paul de color púrpura y yo era el tipo que la tocaba.

Suena sola. Te la cuelgas y al carajo. Sólo hay que poner los dedos en el sitio correcto. Los managers te dicen dónde. Un dedito aquí, el otro allá... Es muy fácil. Cualquiera puede hacerlo. Si te queda bien una sartén colgando, está chupado.

Además, tenía delante un micrófono de verdad, y cualquier cosa que dijera a través de él sonaba afinada. No recordaba haber entrenado mi voz durante años, pero sonaba como si lo hubiera hecho. Seguramente me adiestraron los managers mientras me tenían drogado, porque las palabras me salían por la boca a borbotones sin ningún esfuerzo y nunca me quedaba afónico.

Tampoco debe costarme mucho escribirlas, dado que carezco de estudios superiores. Lo hago por las noches, en estado de semiinconsciencia. Por eso a veces ni siquiera riman. Lo que importa es el soniquete, dicen. Cualquier parida vale, con tal de que "conecte". Esto también lo deciden los managers. Escribes lo primero que se te ocurre y ellos van cogiendo o desechando, según les dé. "Conecta, no conecta. Conecta, no conecta...", y así.

Me recogen en la puerta de casa y luego me vuelven a dejar allí. No nos dejan salir solos a la calle porque merodean los "Internautas". "Internautas" y "Autores" estamos en guerra desde hace años. No me acuerdo por qué ni me importa un carajo.

Escribo estas líneas desde Miami Beach, donde tenemos nuestro cuartel general y podemos dedicarnos tranquilamente a coleccionar, no sin cierta compulsión, motos de agua y presentadoras venezolanas. -

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