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Columna
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Asuntos candentes

Se puede ser un gran escritor y al mismo tiempo un perfecto hijo de puta. También se puede ser una bellísima persona y un escritor infumable. ¿Qué es mejor? Personalmente me inclino por perdonarle la vida al peor de los canallas si me lo sabe contar con gracia y sin un exceso de retórica. Odio la luz candente de determinados días de verano, los atardeceres rosados y cosas así. La luz en general ha sido fatal para la Historia de la Literatura. Estoy pensando ahora en Borges. Nunca fue santo de mi devoción. Hizo la vista gorda ante una de las dictaduras más sangrientas de Latinoamérica. Sin embargo en cuestiones literarias es muy difícil pensar algo que no se le hubiera ocurrido antes a él. Y eso fastidia un rato. Así que la venganza está justificada.

¿Se acuerdan de cómo empieza El Aleph? Cito de memoria: "La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió después de una imperiosa agonía etcétera, etcétera, noté que las carteleras de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios." Vale, lo de los cigarrillos rubios le quedó muy bien, pero resulta que murió una mujer. Todavía no lo sabemos, pero es la mujer a la que el protagonista amaba. ¡Por el amor de Dios! ¿Cómo se le puede ocurrir a nadie ante la muerte de alguien muy querido, decir: la candente mañana en que ella murió? Si hubiese dicho, la candente mañana en que Winston Churchill murió, el imperio británico se fue a tomar por saco, bueno, eso parece más razonable. Sin embargo unas páginas más adelante, el escritor argentino tiene uno de los hallazgos más logrados de la literatura, cuando mirando el retrato de la mujer muerta dice aquello de "Beatriz, Beatriz Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges". ¿Qué por qué es memorable este párrafo? Ni idea. La repetición del nombre quizá, el giro "perdida para siempre", que es casi un lugar común. Sin embargo cuando uno lee eso, sabe sin lugar a dudas que el tipo realmente la quería. Ahí no hay adjetivos que valgan. Imagínense ustedes una novela en la que alguien escribiera "el vehemente atardecer de agosto en que le inferí una puñalada mortal a mi madre..." ¡Por favor! Que alguien asesine a su madre, vale y pase, pero que lo recuerde de ese modo es una bajeza imperdonable.

A estas alturas ustedes estarán preguntándose qué quiero decir con todo esto. No lo sé. Son cosas que se le ocurren a una un candente día de junio, en el aniversario de la muerte de Borges. El calor a veces también resulta fatal para el columnista de infantería. De pronto he pensado que este asunto marginal podría tener para ustedes quizá mayor interés que la toma de posesión de los alcaldes y diputados del PP y en esas estoy, puenteando la actualidad con una metáfora literaria hasta que alguien con autoridad y criterio me llame al orden.

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