Rigola Ocho y medio
Sobre el telón corrido, una cifra enigmática, de la que brotan columnas de humo: -15,6%. Enigmática para quien no la esté sufriendo: es el recorte presupuestario de la Generalitat a la cultura. Una voz en la oscuridad despotrica violentamente contra el teatro y los teatreros: "Esto es el fin. El teatro se muere. Nos han matado de aburrimiento. Y los que intentaron que evolucionara nos han hecho tragar unas buenas mierdas. No hay público porque el espectador aún no está preparado para mi teatro, dicen. Como si los espectadores fueran idiotas. Artistas, actores, directores... Pandilla de cretinos, analfabetos, egocéntricos hasta la médula. Miseria. Muerte. Culpables todos...". ¿Bernhard, Lidell, Boadella? Violenta luz solar. Rótulo: "Desierto de Texas". Quien habla es John Races (Joan Carreras). Ha perdido cien kilos de coca del temible capo Benítez y se ha cepillado a su hija, pero eso no es lo peor. Lo peor es que la noche anterior fue al teatro y aún no se ha recuperado: "Todo el mundo se despertó cuando los técnicos y los acomodadores empezaron a aplaudir para avisarnos de que ya había terminado". Junto a él, sus dos esbirros, Chess (Eugeni Roig) y Ricardo (Santi Ricard). Así comienza The End (un narco-mex-spaghetti western teatral), con tres traficantes hablando, al tarantiniano modo, de los males de la escena. The End es la despedida de Àlex Rigola, que deja el Lliure tras ocho exitosos años. Su primer texto teatral, dice. Algo muy relativo, porque la versión de 2666, mano a mano con Pablo Ley, no era precisamente un trabajo bisoño. Digamos que The End es su primer texto "original". Muy original, muy inventivo, muy loco, con su rabia, su autocrítica, sus verdades y su emoción, que la tiene. O sea, que va más allá del divertimento de fin de curso, del ajuste de cuentas y del homenaje a sus actores: debería girar porque se sostiene muy bien por sí solo. La función se ha levantado en tan sólo diez días, con una escenografía minimalista. El cactus de Glengarry. Un contenedor metálico. Una ranchera (no cantada, sino con cuatro ruedas). "Podíamos haber construido un desierto", dice Chess, "pero esto es lo que se va a llevar los próximos años: el espacio vacío". Aparece el capo Benítez (Andreu Benito) con sus siete matones, vestidos de reservoir dogs. Ha venido a buscar la droga y a su hija Margarita (Alba Pujol). Hay un infiltrado entre los killers: un tal Rigola, el director de la obra que vieron ayer. Busca a su protagonista, que se ligó a la hija de Benítez y ahora yace con ella en el contenedor. Marc Rodríguez parece Leonard Hoffstader, el geek gafoso de The Big Bang Theory, pero clava la indumentaria y los manierismos de Rigola. Benítez, furioso, mata a Rigola/Rodríguez, que resucita una, dos, tres veces. R/R no muere porque además de director es el autor de la obra, de todo lo que está sucediendo. Pirandellazo: todos descubren que están en sus manos, que son sus personajes. R/R teoriza enfervorizadamente sobre el teatro ("uno de los pocos territorios donde se puede estar loco y encontrar trabajo") y demuestra su capacidad demiúrgica haciendo que una actriz en bikini (Ester Cort) se lo lleve al huerto o que los killers canten ridículas tonadas infantiles. Crisis existencial: Races y Benítez quieren escapar de la función para evitar que el autor/director demente acabe con ellos. Descubren su punto flaco: un ego hiperbólico. Tan hiperbólico que de repente aparecen cinco rigolas en escena, cinco álter egos "porque con uno no le basta". Cinco rigolas (los killers anteriores: Kai Puig, Chantal Aimée, Pau Carrió, Pere Eugeni Font, Ferran Carvajal) que intentan dirigir al cactus ("no me muestres un cactus. ¡Eres un cactus!"), que se hinchan de Martinis y (estamos en la parte más Ocho y medio del espectáculo) reciben las increpaciones de los personajes femeninos. Margarita, convertida en una zombi carbonizada y ninfómana, le reprocha su enfoque denigrante ("¡y deberías haber escrito esta historia en catalán!"). Su Conciencia (Alicia Pérez) no traga: "¿Crees que somos imbéciles, que vas a redimirte haciendo una falsa autocrítica llena de tópicos?". R/R, acosado, furioso, con cinco drys en el cuerpo, enloquece del todo y, para demostrar su poder, convierte a Races y Benítez en el pistolero Buddy y el cosmonauta Buzz Lightyear de Toy Story. Races: "¿Qué está pasando? ¡Va a cargarse su propia función!". Tercia, en un aparte, la Conciencia de R/R: "Dejad el escenario para él solo y dadle un micro: ningún ególatra se resiste a un micro. Es como la heroína para un yonqui". Yo confieso: solo en escena, R/R rememora un debate "donde los responsables políticos de diferentes partidos nos presentaban sus propuestas culturales. Un discurso vacío, con la patilla más grande que he visto en mi vida. No eran del sector, no sabían nada, pero hablaban como expertos en la materia". Evoca al actor que estaba a su lado, "un hombre que cumpliría pronto los sesenta, obligado a combinar su pasión por el teatro con otros trabajos para mantener a su familia, y que seguía apostándolo todo, intentándolo con todas sus fuerzas. Quise abrazarlo, pero sólo pude correr al lavabo del bar más cercano para vomitar. Porque no me había atrevido a comprometer mi posición. Yo, que había hecho tantos discursos acerca del compromiso, que me las daba de director de temática social, fui incapaz de levantarme para decir 'señores, todo lo que dicen es una vergüenza y una verdadera mierda'. Y no lo hice por miedo, porque no me convenía". Quiere seguir hablando pero no puede. Sale de escena, turbado. En off suena un disparo. El espectáculo continúa, tiene que continuar. Se abren las puertas del fondo y entran treinta ovejas buñuelianas que devoran la droga mientras la zombi Margarita persigue a Buddy/Races y Buzz/Benítez gritando "¡Fooooollaaaameeee!". The End. Bravo, Rigola. Pese a algunos coñazos, le has pegado un subidón al Lliure, has ganado un nuevo público y nos has ofrecido grandes momentos de teatro. Nos vemos en el Grec, con Tragedia. Y en el Canal de Girona. Y en Venecia. ¡Y sigue escribiendo!
'The End' es muy original, muy inventivo, muy loco, con su rabia, su autocrítica, sus verdades y su emoción
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.