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Columna
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Una campaña de 10.000 euros

Dominada por la crisis económica y en su tramo final eclipsada felizmente por el movimiento de las plazas, la campaña electoral nos ha robado, como de costumbre, un debate serio sobre el futuro de nuestras ciudades.

La capital, la ciudad Barberá -24 previsibles años como alcaldesa dejan huella- ha sido privada así de un contraste riguroso entre el modelo oficial y su crítica, más allá de los tópicos superficiales que la propaganda ha difundido y que tanto han calado en determinados sectores.

Exhaustas las arcas, agotada -espero- la capacidad para seguir propalando ruinosos eventos, poco cabe prever de la chistera de la alcaldesa para seguir alimentando el mito de la Valencia próspera, a la espera de que el turismo de repesca o los petrodólares echen una mano a la economía local.

Hace unos días, en nuestra ciudad -al aire libre, como mandan los nuevos usos- el profesor Díaz Orueta dio una magistral lección sobre lo que significa el urbanismo neoliberal. Punto por punto, a medida que iba desgranando sus claves, resultaba imposible no mirar a nuestra ciudad, ejemplo paradigmático donde los haya de este nuevo modelo urbano surgido al calor de la globalización y la desregulación desde mediados de los noventa.

Han pasado a un segundo plano las cuestiones sociales y medioambientales, han tratado de deslegitimar y despolitizar los movimientos cívicos, para dar paso a la gobernanza empresarial con la excusa de promover la competitividad y la imagen global de la ciudad con ayuda de megaproyectos y arquitectos del (cada vez más desacreditado) star system. Ponga el lector los ejemplos correspondientes.

Y todo ello, en perjuicio del reequilibrio social y territorial, como se pretendía con fundamento en los ochenta, atendiendo las necesidades de los barrios y tratando de resolver la lacra de la vivienda.

Así que, frente a esta realidad, tenemos al candidato Calabuig -hoy concejal electo en un menguado Grupo Socialista en la capital- quejándose de que su partido solo le ha dedicado 10.000 euros a su campaña.

Una campaña apenas visible, plagada de tópicos -gran novedad su apuesta por sustituir los coches oficiales por vehículos eléctricos- que mostraba la improvisación de su propuesta, sin apenas raíces en el trasiego y la experiencia que proporcionan el contacto con los movimientos ciudadanos y el conocimiento profundo de los problemas de esta ciudad. Un candidato que apenas empezó a mostrar sus ideas en precampaña ya había generado conflictos innecesarios -ay, Cabanyal- amagando con retirarse por supuesta falta de apoyo de los suyos. Con ese equipaje, el resultado final estaba más que cantado.

Deberían saber Calabuig y su equipo que las campañas no se ganan en estos tiempos con dinero malgastado en boato vacuo, sino con intenso trabajo previo, a contar desde la última derrota, con imaginación, con buenos equipos, con mucho talento, tejiendo complicidades y alianzas, pisando la calle sin panfletos. Un lector de este diario (28/05/2011) señalaba que "la mayor movilización en esta pasada campaña se ha logrado sin políticos, sin subvención ni presupuesto, ni siquiera bote; solo con voluntad e indignación".

En cuanto al programa, no tenían más que prestar atención a voces moderadas que venían reclamando -sigo recordando entre otros al autor antes citado- asuntos tan elementales como el reequilibrio de la ciudad, hoy desigual y segregada, construyendo solidaridad contra la competitividad, debatiendo las urgencias. En definitiva, repolitizando la cuestión urbana.

Si a todo ello añadimos la necesidad de convencer a la ciudadanía de que el crecimiento urbano como lo hemos vivido resulta ya inviable, que hay que recuperar el espacio público para uso social -la rotonda, que no plaza, del Ayuntamiento es un buen comienzo- y que urge una política pública de vivienda, no parece que fuera tan complicado diferenciar la oferta alternativa de la oficial, tan bien conocida después de veinte años de Gobierno popular.

Construir el futuro -cito a un ilustre socialista asesinado por ETA- no es una cuestión de dinero, es una cuestión de imaginación. Eso decía Ernest Lluch cuando era diputado de la oposición en las Cortes Generales.

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