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Columna
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Con un pie en el banquillo

El presidente Francisco Camps no es todavía un delincuente, pero tiene un pie en el banquillo y el otro en la condena. A quien no estuviera convencido de ello y no sea al mismo tiempo uno de sus impenitentes feligreses, le habrá bastado leer para convencerse de ello su declaración ante el juez y el fiscal efectuada en mayo de 2009 a propósito de los posibles obsequios -y particularmente de los ya famosos trajes- recibidos de la trama Gürtel publicada el pasado día 30 en estas páginas. Un documento que como sus lectores habrán constatado añade posiblemente poca cosa a los hechos conocidos y divulgados pero que, vistos en su conjunto, delata la frágil personalidad del acusado así como su desarme ante las imputaciones.

No nos compete la valoración jurídica de tal comparecencia, que el portavoz socialista en las Cortes, Ángel Luna, ha calificado de "absolutamente surrealista" y que a nosotros se nos antoja, además, como un filón para nutrir los guiones sarcásticos de Buenafuente o de Xavi Castillo. Lo cierto es que leídas en clave de humor resultan conmovedoras a la par que deprimentes no pocas de las respuestas del molt honorable, propias de quien, sin ser una mala persona, ha sido sorprendido en flagrante delito y no sabe explicar cómo demonios se ha involucrado en un enredo acerca del cual carece de coartada o resulta increíble la que con tanta obstinación como escasa imaginación describe. A la postre y por más que se enoje no ha podido justificar el pago de su indumentaria, que no es una prenda ni dos, sino todo un fondo de armario que delata la perseverancia en el despropósito.

La verdad es que acabar condenado y políticamente descalificado por tal trivialidad solo es propio de tipos simples e incautos, lo que se compadece mal -o eso creemos- con la titularidad del Gobierno valenciano. ¡Si al menos hubiese recurrido a los pregonados sastres de la City londinense, como su antecesor en el cargo! No sería un consuelo, pero mucho peor -y más ridículo- nos parece esta pobreza de espíritu en quien nos da la vara con su eufórico y fatuo discurso sobre la prosperidad de la Comunidad al mismo tiempo que viaja a Madrid en busca de gangas para renovar su armario. Es enternecedor a este respecto el relato judicial del "bléiser (sic) azul marino" rebajado a 150 euros que el presidente adquirió por un préstamo personal del chófer y el escolta. Su austeridad le impide por lo visto disponer del llamado dinero de bolsillo ni siquiera cuando va de rebajas. También le veta recoger el tique de compra para que nadie piense que lo carga a los gastos de protocolo. Un asceta, vaya.

Hay un momento en la comparecencia en el que el juez recuerda al declarante que no está obligado a contestar las preguntas, pero que si lo hace ha de atenerse "al ámbito del discurso lógico". Esto es, que no debe salirse por peteneras y -colegimos nosotros al filo del relato publicado- tampoco cavarse la tumba con respuestas que abonan las sospechas mucho más que esclarecer los hechos. El presidente no debería olvidar esta atinada observación del magistrado porque puede serle muy útil a lo largo del demoledor vía crucis procesal que le espera: delitos electorales, cohecho, prevaricación en la adjudicación de contratos. Duro y crudo lo tiene este hombre sobre quien se proyecta simultáneamente el calor de los votos y la sombra alargada del trullo o del ostracismo. Justo corolario de la inconsciencia y la temeridad.

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