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Reportaje:

Rústico gallego junto al art déco

Anticuarios de Holanda, Francia, Bélgica e Italia hallaron durante décadas en Sarria un filón de muebles de hace siglos procedentes de las aldeas

Si en la casa de O Tapas, cuesta arriba, allá enfrente del Ayuntamiento, no hubieran decidido ese año que había que tirar aquel tabique, precisamente aquel, para abrir una chimenea, Sarria no sería la que es, y centenares de señores con posibles en Holanda, Italia, Francia y Bélgica jamás hubieran puesto eso que se da en llamar toque de distinción en sus elegantes domicilios. Antes de 1962, en Sarria no había anticuarios. El primero fue un hostelero que rondaba los 30, propietario entonces del bar Las Vegas, Gerardo Alvaredo Osorio, con un despejadísimo olfato comercial.

Era su hermana la que estaba casada con Tapas y vivía en aquel popular inmueble. Al caer el muro apareció un santo de piedra emparedado. Un san Juan policromado y medieval que dormía un sueño claustrofóbico desde no se sabe cuándo. Alvaredo quiso calcular su valor, y allí se presentaron una conocida anticuaria de Lugo y otro señor del Val do Mao interesados en la pieza. Tasaron la talla, pero Alvaredo decidió quedársela. Después logró colocársela a un anticuario de Tarragona por mucho más.

Salían camiones todas las semanas cargados de armarios y chineros
Se vendió una puerta por seis millones y se llegaron a pedir 25 por una mesa

Visto lo visto, cuentan a medias él y su mujer, Isabel, "cogió la moto y se puso a buscar por el lado de Bóveda". Se topó con un paisano, le preguntó si sabía de alguien que guardase cosas viejas, y dio la casualidad de que sí. Sabía de una casa donde se escondían "dos santos debajo de la hierba seca". Fue, negoció y de vuelta a Sarria se los trajo "cada uno metido en un saco", en las alforjas de la moto. "Se los llevaron dos navarros que pasaron por el bar", y desde entonces Gerardo Alvaredo dejó de servir tazas. Cerró Las Vegas y abrió, en la rúa Porvir, hoy conocida como la calle de los anticuarios, junto a la capilla de San Lázaro, la primera tienda del género en Sarria, de nombre Vegas. Poco después ya había entrado en el negocio, con establecimiento en la misma rúa, otro vecino, Manuel Calzada, antes feriante de jamones y quesos.

Coincidía esto en el tiempo con el paulatino abandono de los aperos tradicionales, los arados, las artesas, los ferrados. Y también con el triunfo de la formica y el contrachapado en la decoración de las viviendas. Los muebles de madera maciza, heredados de los abuelos, traían más carcoma que recuerdos. A Sarria fueron llegando infinidad de piezas valiosas que hubieran sido carne de cacharela y camas de hierro destinadas a cerrar leiras. Ahora parece que en la localidad se vendieron antigüedades toda la vida, pero la tradición solo tiene 50 años.

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Desde la década de los setenta y hasta finales de los noventa llegaron a instalarse entre los portales 12 y 50 de la Porvir una docena de tiendas del ramo que ahora, después de varias jubilaciones sin relevo, son solo cinco, aunque se han sumado dos de venta a través de internet. Se decía que Sarria, en proporción a sus habitantes, era la ciudad con más anticuarios de España.

Alvaredo, además de ser el primero, fue también el que "hizo los contactos", reconoce Carmen Rodríguez, otra de las profesionales del sector, la única que, en tiempos de crisis, ha abandonado la rúa Porvir para ampliar negocio en la otra punta. "Se hizo famoso en las mejores ferias de toda España. Iba con sus patillas enormes y todo el mundo lo conocía". En Cataluña trató con anticuarios europeos. "Quinta, de Perpiñán, tan importante que le habían puesto una vía férrea desde la estación hasta su almacén", recuerda ahora, a sus 80 cumplidos, Alvaredo, "Lorenzo, el holandés; Ritter, el belga; y un par de hermanos italianos".

Después de conocer el género, los extranjeros se hicieron habituales en el barrio de San Lázaro. En aquellas décadas de auge, de Sarria salían camiones todas las semanas cargados de armarios, chineros, cómodas y escritorios de castaño, cerezo o nogal con siglos en sus cajones. Los anticuarios gallegos hacían el trabajo previo, rastreando las herencias sobre el terreno. Aquí la gente quedaba encantada cuando le sacaban de casa los trastos viejos, y en Holanda los coleccionistas pagaban al último intermediario sumas importantes por un arcón de estilo rústico galaico.

De todas formas, los anticuarios sarrianos enseguida supieron ponerle precio a su mercancía. Vegas le vendió "a un señor de Valencia una puerta del palacio de San Román de Cervantes por seis millones de pesetas". No fue la pieza más cara, ni la más célebre, de cuantas se expusieron en la rúa Porvir. Alvaredo nunca quiso rebajar una mesa del monasterio de Samos que pasó a manos del Ayuntamiento tras la Desamortización. Pedía por ella 25 millones, y aún la guarda en casa, porque nunca se vendió.

Gerardo Alvaredo, primer anticuario que tuvo Sarria, en su casa de la localidad.
Gerardo Alvaredo, primer anticuario que tuvo Sarria, en su casa de la localidad.XOSÉ MARRA

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