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Columna
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Candidatos

Muchos políticos de los distintos bandos que concurren a las elecciones municipales este domingo no tienen ni la más remota idea de dónde viene la palabra candidato. Quizá alguno de ustedes tampoco lo sepa, pero en su caso tiene menos delito, al fin y al cabo no les va el sueldo en ello. Pero si sienten curiosidad, la cosa no deja de tener su ironía. Era costumbre en la antigua Roma que los ciudadanos que se presentaban como aspirantes al Senado, se pasearan por el foro de Trajano, vestidos de la cabeza a los pies con una toga blanca, impoluta. Candidus, en latín significa blanco, limpio, sin mácula. O sea, gente de bien, con un pasado intachable como aval. De ahí viene la palabra candidato, quién lo iba a decir. También el adjetivo cándido, que significa inocente además de ingenuo, por no decir otra cosa. Aunque esta acepción habría que aplicarla con más propiedad a los electores que les confían su voto.

No teman, no voy a soltarles ningún mitin. No soy de los míos ni de los otros, solo medio gallega y exfumadora, lo que implica una clase de descreimiento bastante superlativo. No creo en entes metafísicos superiores, ni en la justicia universal. Tampoco en el ángel de la guarda, aunque a veces tengo mis dudas. Me gusta la gente coherente con sus ideas, que respeta las reglas, pero soporta mal los tópicos, sean de izquierdas o de derechas. Detesto el seguidismo de los que suelen hablar con consignas. Y me dan un miedo atroz los que solo tienen razón y los que nunca dudan. Creo que se puede ser de derechas sin olvidar que el mercado solo es un mecanismo de atribución de precios; se puede ser socialista y no comulgar con el Gobierno por razones demasiado numerosas para citarlas aquí; se puede aborrecer del dogmatismo y confiar, sin embargo, que este país siga siendo de izquierdas. Lo que no se puede, de ninguna manera, es entregarle el voto a un candidato imputado en un caso de corrupción. Sea del partido que sea. Sería como votar por Al Capone. Vale que en esta película vayan a ganar los malos. Pero por lo menos que al final no se queden con la chica.

Durante toda la campaña estamos asistiendo a un espectáculo de alta ficción. Lo más curioso es que los políticos se llegan a creer que su mundo es el real. Ni se habían imaginado que fuera de su microcosmos de aire viciado, existía otro mundo lleno de vida con el que nadie había contado: chavales que no se pueden sentir representados por tipos encorbatados que solo aceptan viajar en clase preferente. Jóvenes que no tragan con políticos corruptos en las candidaturas, ni están dispuestos a pagar los platos rotos de nadie. Para ellos la democracia es algo más que un cheque en blanco por cuatro años. Ahora han tomado las plazas de las ciudades con un lema: "Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir".

Y ahí están.

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