El teatro del tiburón
- "Si me veis alguna vez salir del campo en una camilla y al minuto volver corriendo, os doy luz verde para que me deis una dura patada con ambos pies".
Ferdinand, del M. United, sobre la reacción de Alves a una falta de Pepe
Alex Ferguson, el entrenador del Manchester United, tiene la complejidad de un tiburón, un ser genéticamente programado para oler sangre y matar que, si deja de moverse, se muere. El escocés tiene 69 años y lleva casi 25 al frente del United, época en la que ha ganado 12 títulos de Liga, el último ayer, y dos Copas de Europa.
A diferencia de Pep Guardiola, un jovencillo de 40 años a cuyo Barcelona se enfrenta en un par de semanas en otra gran final europea, Ferguson no da la más mínima señal de agotamiento físico o moral. Guardiola, más reconociblemente humano, lleva apenas tres años como entrenador del club catalán en el que se crió, pero ya habla de rendirse, de buscar un plan de vida que le dé menos posibilidades de sucumbir a un ataque de nervios.
A diferencia de Pep, Ferguson no da la más mínima señal de agotamiento. Está programado para oler sangre y matar
Ferguson convive con la presión como el tiburón en el agua salada. Y se nutre de todo lo que huele a fragilidad en su rival. Su dilema es que, dentro del campo, en el Barcelona no hay flancos débiles. Guardiola será un individuo vulnerable y complicado, pero ha construido un equipo a prueba de balas, con la persistencia ofensiva de las olas del mar.
Pero debilidades fuera del campo el Barcelona sí tiene, específicamente en el terreno de la propaganda, en el que hoy se encuentra duramente acosado. Ferguson lo sabe y no desdeñará la oportunidad que le ha caído del cielo o, más bien, del Madrid de montar una campaña verbal destinada a ensuciar la imagen beatífica que se ha labrado el Barça con el fin de minar la moral de Guardiola y sus jugadores.
De lo que se jactan en Barcelona, y con razón, es de haber creado un equipo capaz de ganar algo incluso más difícil que una Copa de Europa: la admiración del mundo. Pero en Inglaterra, cuya influencia mediática en los procesos mentales de los futboleros del planeta es inmensa (y más ahora que la final de la Champions se disputará en Wembley), se ha empezado a dudar del Barça a partir de lo ocurrido durante la sangrienta serie de partidos que acaba de disputar con el Madrid. Hay dos pecados capitales en el fútbol inglés: el teatrismo y el racismo. Y la idea que ha calado es que el Barça es culpable de ambos.
Todo se habría quedado en un par de anécdotas si no hubiera sido por la jugada más brillante que hizo el Madrid durante la guerra de los 18 días, elaborada no en la mente del entrenador o en los pies de los jugadores, sino en los despachos del Bernabéu. Cuando los directivos del Barça decidieron entrar en juego con su denuncia a José Mourinho, el entrenador del Madrid, ante la UEFA, los del Madrid respondieron con un contraataque mortal. Lanzaron otra denuncia en la que acusaron a los jugadores del Barcelona -específicamente, a Busquets, Alves y Pedro- de simular lesiones con el fin de influir de manera canalla en las decisiones arbitrales. Y no carecieron de razón. Busquets tiene por delante la posibilidad de una carrera brillante en Hollywood, pero ¿por qué, por qué, se ve obligado a empezar el casting antes de finalizar su carrera como futbolista?
En cuanto al cargo de racismo contra el mismo Busquets, cuyo origen fueron unas imágenes de vídeo hechas públicas por el Madrid, ahí se ha operado con descarado cinismo. Quizá sean la UEFA y el propio Madrid, en realidad, los que estén pecando de racismo al suponer que Busquets llamó "mono" al defensa madridista Marcelo debido al color de su piel. Le podría haber dicho lo mismo a Ramos, al que probablemente tiró peores insultos, o se lo podría decir en Wembley a Rooney sin provocar el más mínimo alboroto.
Pero da lo mismo. La propaganda se alimenta igual de la verdad que de la mentira. El hecho de que el héroe del año en el Barcelona (y estimado compañero, se supone, de Busquets) sea Abidal, un francés de pura sangre africana, no detendrá el tren. Y Ferguson se montará en él. Lo del teatrismo, en particular, es una bala que no desaprovechará. Porque, cuando el infatigable escocés huele sangre, no hay fuerza en la tierra o en el mar que lo detenga.
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