Pedaleando con las neuronas
Ya me fallan las neuronas. Lo he pensado al darme cuenta de que la subida de Montevergine me era familiar. Han comenzado las herraduras, los tornantes. Una, otra... Y alguna de mis neuronas supervivientes ha procesado la información.
Dicen los fisiólogos que en una persona de mi edad mueren al día unas 10.000 neuronas. El número impresiona, pero no tanto si pensamos que poseemos 100.000 millones. Consulto al doctor Google y leo que recientes investigaciones afirman que no mueren, sino que se reducen, se atrofian y pierden su capacidad para intercambiar información con otras. Y que esto sucede en el hipocampo, donde se almacena la información sobre los lugares visitados y los acontecimientos vividos.
Una neurona mía, la que almacenaba el nombre Montevergine de Mercogliano, debió de ser la causante de este descuido. Pero alguna otra, que guardaba las imágenes de la única vez que he subido este puerto, hace cuatro años, hizo su trabajo.
Y recordé que aquella etapa salía de Salerno y se dirigía por la costa Amalfitana a la península de Sorrento. También cómo charlaba con Iban Mayo y un hombre nos dijo que hacía cinco minutos que había comenzado. Nos reímos tomándole en broma, pero... contactamos con el pelotón a los tres o cuatro kilómetros. ¡Menudo calentón! Recordé una caída masiva cuando comenzaron a caer unas gotas. La más masiva que he visto, pues serían unos 20 los que no se cayeron. Yo, sí. Y sufrí lumbalgia durante medio Giro.
Y recordé que la subida no tenía nada de especial. Lo más significativo era la cantidad de tornantes. Era suave, tendida con una pendiente baja y constante, de las que se pueden afrontar con el plato grande engranado, y más ayer con poco más de 100 kilómetros de etapa. Así que, justo antes de que atacara De Clercq, me di cuenta de que poco se podía esperar de los favoritos. El belga hizo un hueco cercano al medio minuto porque ellos se marcaban y solo se movieron en el sprint. Scarponi se quedó a un suspiro de superar a De Clercq, pero, viendo cómo concedía una entrevista a la televisión 40 segundos después de cruzar la meta, la impresión fue que su esfuerzo se limitó a aprovechar la explosividad de sus piernas. Nada que ver con la agonía de Petacchi o Ventoso el día anterior o con la de De Clercq, que seguro que no estaba en ese momento para esos menesteres.
Merecida y agónica victoria, en su primer año como profesional, para De Clercq. Una etapa de montaña del Giro, buena carta de presentación. Y buen entrenamiento para mis neuronas, que fallaron menos de lo que podía parecer al principio.
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