El alma sinfónica de Ángel Illarramendi
Cuando los movimientos de vanguardia -bendecidos por los conservatorios y la crítica- estaban intelectualizados yo no entraba en el juego. Había una especie de consigna: 'Hay que hacer esta música y quien no esté aquí es una especie de reaccionario'. Me río yo: ¿qué vanguardia era esa? Más vanguardista era yo que iba a mi aire, ¿no? Hoy se me acepta mejor, son tiempos más eclécticos, propicios para lo que yo hago", cuenta socarrón el compositor Ángel Illarramendi (Zarautz, Guipúzcoa, 1958) en Madrid. En este escenario ventajoso Karonte ha editado Harri Zuria (Piedra blanca), su tercera sinfonía, con la que acaba de ganar en la categoría de mejor compositor de música clásica en los Premios de la Música.
"Para inspirarte tienes que estar receptivo, saber que las cosas pasan y no vuelven. Todo son momentos únicos"
Un disco grabado en directo con la Orquesta Sinfónica de Euskadi, la coral Andra Mari y la mezzosoprano Maite Arruabarrena, dirigidos por Rubén Gimeno. "Compuse Harri Zuria en 1988 y se estrenó en el festival Musikaste en 2009. Me dijeron: '¿Por qué no llevamos una unidad móvil y grabamos la obra?'. Y ahí está. No he hecho ningún cambio". En Harri Zuria aparece una guitarra, tocada por Eduardo Baranzano, "un instrumento atípico dentro del mundo sinfónico, pero el resultado nos ha gustado a todos".
Illarramendi, un gran conversador de fortísimo acento eusquera, es autor de más de treinta bandas sonoras -Tasio, El hijo de la novia, Luna de Avellaneda o Teresa, el cuerpo de Cristo- y ha compuesto siete sinfonías, pero solo Harri Zuria y la Séptima sinfonía, también en Karonte en 2008, se han recogido en álbumes. Cada composición es para el guipuzcoano un diario de su vida. "En 1988 yo tenía 30 años, así que tenía Harri Zuria un poco olvidada. Me ha sorprendido que los tres movimientos tuviesen una cohesión. Nunca me ha terminado de convencer que una sinfonía tuviese varios. El primero está basado en un poema de José Antonio Artze muy vital, de mucha fuerza. El segundo es erótico, muy sensual. Y el tercero, que engloba a los dos anteriores, parece más caótico, aunque luego no lo es. Un aquelarre con un coro de brujas que parece que está diciendo conjuros en un lenguaje abstracto".
Su tercera sinfonía dura 23 minutos, por lo que el disco incluye también una nueva versión remasterizada del poema sinfónico Espacio sonriente, y la pieza para cuerda 52 Soka, grabada con la Orquesta Sinfónica de Bulgaria, dirigida por Deyan Pavlov.
"La sinfonía era una forma de sonata con un guión previo y ahora es libre. Nace de la música y se desarrolla en su propio mundo. Es una criatura que crece y tú vas detrás, para que no se caiga. Estás en la cuerda sin red", afirma y se ríe abiertamente de su grandilocuencia. Confiesa que sus poéticas teorías brotan en su boca en ese momento, sin reflexión previa. "En España tenemos unas orquestas estupendas. Tiene mucho mérito que los coros, sin ser profesionales, canten tan bien. En una grabación en directo -como la de Harri Zuria- no puede haber fallos y están todos locos. No fallan, oye. Me sorprende. Más de cien personas entre coro y orquesta y no se pierden. Yo es que soy un despistado", continúa Illarramendi, quien absorto por el concierto se olvidó de que se estaba registrando en la iglesia de Fátima en Rentería. Se ha tardado casi un año en limpiar la grabación de todo sonido ajeno. "Me pongo negro con las toses durante el concierto", confiesa.
Ahora anda enfrascado en la octava sinfonía: "Tendrá un solo movimiento porque si no va a ser terrible. Llevo escritos 25 minutos y sigo en el mismo. Puede durar unos 35 y es alegre, vital". Sostiene que "si uno es sincero se le tiene que ver en el estilo" y él es puro optimismo. En la conversación todo parece interesarle y muestra su entusiasmo contagioso. "Componer es una mezcla entre aventura, experiencia espiritual, con sentido del equilibrio y fuerza", piensa el vecino de un Zarautz tan bullicioso que se ha instalado en las faldas del monte Jaizkibel.
No le gusta etiquetar sus partituras como música contemporánea: "Es pretencioso. Desde que surge la electricidad, los micrófonos, se diversifican los estilos musicales. El pop, el rock o el jazz son también contemporáneos". Compone con un piano coreano y cantando. "Soy un cantor", se define el músico que empezó a los seis años en festivales del País Vasco. A los 11 compuso sus primeras canciones tocando la guitarra de forma autodidacta mientras estudiaba solfeo y piano. "Cuanto más técnica tengas mejor, porque hace que te olvides de ella. Mi música sinfónica está dirigida al alma y hay sitio para todo. Me siento heredero de lo que me gusta y lo que no. Estoy agradecido de haber educado el oído a distintas músicas para saber lo que no tengo que hacer".
En 1981 se convirtió en compositor y profesor de la Escuela Vasca de Teatro Antzerti, lo que le dio una nueva perspectiva de la música, antes de dar el paso a la gran pantalla con Tasio, de Montxo Armendáriz, en 1984. "No me considero un músico de cine. Me siento muy bien, pero me gusta diversificarme. El cine da la posibilidad de vivir de componer, por eso muchos grandes compositores del siglo XX, con un gran sentido de la libertad y talento melódico, se han dedicado a ello". Ha llegado a escribir tres bandas sonoras al año, aunque su cifra ideal no supera las dos. "Es apasionante. Enseguida la grabas, puedes sacar un disco... Te da mucho el cine y la música sigue la suerte de la película", cavila el también autor de un concierto, una misa, una ópera y unas cuantas obras de menor duración.
Su última banda ha sido para la cinta mexicana 180º, de Fernando Kalife. "Es una película muy coral, de sentimientos, con mucha música. No tiene un argumento, hay distintas parejas con encuentros y desencuentros. Un canto a la vida, al esfuerzo". Asegura que en música para cine está vetado decir: "Esto no pega". "El concepto lo marca el director, pero la música tiene mucha fuerza. Una escena terrible con una nana no se entiende, pero lo puede querer. Se pueden meter las cosas más antagónicas, pero siempre que seamos conscientes de qué es lo que deseamos", reflexiona el autor de las músicas de Yoyes, Cuando vuelvas a mi lado o Los Borgia.
"En cine tengo un par de guiones, pero no lo tengo claro. Se capta una energía baja, una psicosis. Yo no me contagio, porque para componer hay que vivir en la Gran Realidad que es fantástica", pregona y es evidente por su ánimo que no está infectado del pesimismo intrínseco a la crisis económica. "Vivimos en un jardín maravilloso que corre a toda velocidad. Un espacio sonriente y lleno de amor. Lo otro es el día a día. Hay que ser consciente de que esa es la realidad y no te puedes hundir. Para inspirarte tienes que estar receptivo, saber que las cosas pasan y no vuelven. Todo son momentos únicos". Mientras escampa sigue yendo solo a las salas -"me tomo un café, para excitarme un poco más, me meto a media tarde, se apagan las luces y llega la magia"-, sueña con trabajar a las órdenes de Clint Eastwood y con estrenar la séptima sinfonía en el País Vasco y en Madrid. "Ya le toca, oye".
Harri Zuria (Piedra blanca). Karonte. www.illarramendi.com.
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