Ferrol, capital del pesimismo
La crónica inestabilidad política lastra el desarrollo de la ciudad naval
La ciudad naval tiene varias venas abiertas por donde se desangra poco a poco. La primera sangría es de población. La séptima ciudad de Galicia, con 73.638 habitantes, ha perdido 8.353 vecinos desde 1999 retrocediendo al padrón de 1960. El 12% son mayores de 65 años y el 10% está en paro. La segunda es de cemento. La plaza de España, puerta de entrada a la urbe, lleva nueve años en obras que terminan la semana próxima tras consumir "unos 20 millones" de fondos públicos, según los cálculos del Gobierno local. Las carreteras de Catabois y Castilla, arterias del tráfico rodado, están abiertas en canal desde hace meses para disgusto de transeúntes, comerciantes y conductores en una obra de "humanización" que cofinancian Xunta y municipio.
"Fue amamantada por el Estado y el destete fue tardío", dice un economista
El tercer sangrado es político. Ningún alcalde ha resistido un segundo asalto electoral desde 1983. Gobiernos de izquierdas y derechas se han alternado sistemáticamente en coaliciones más o menos polémicas. A juicio de los vecinos, todos los grandes proyectos de ciudad están condicionados por "una política errática" que cambia de color cada cuatro años. Para los sindicalistas, el atraso industrial de la zona se explica por una dependencia aguda del sector naval y el retraso acumulado por infraestructuras clave (AP-9) para conectar "esta esquina con el mundo". Para que cicatrice la herida, expertos de distintos campos coinciden en que el futuro de la ciudad pasa por explotar el mejor de sus recursos: la ría.
En la orilla norte están los astilleros públicos de Navantia, el primer y único gran motor de la economía comarcal. Emplea a 2.000 operarios y da trabajo a un centenar de auxiliares. Fernando Sinde, presidente del comité, destaca el enorme potencial de las factorías de Ferrol y Fene, próximas a agotar su cartera de pedidos, y critica que falta "voluntad política" para lograr nuevos contratos y potenciar el área de turbinas y reparaciones.
En la bocana de la ría se asienta un puerto exterior espléndido que busca clientela en el sureste asiático y el canal de Panamá para ser el garaje atlántico del tráfico de contenedores con una gran terminal internacional en proyecto. La dársena de cabo Prioriño clama por una conexión ferroviaria que enmiende el despropósito de haber sido planificado sin accesos. El tren no se empezará a construir hasta 2012, en el mejor de los casos. "La ciudad nació del mar y en el mar está su futuro", diagnostica el profesor José A. Ponte Far, que ha dedicado 38 años a profundizar en la idiosincrasia del ferrolanismo. Cita a Torrente Ballester, que sintetizó Ferrol como "una ciudad lógica en una tierra mágica" y opina que "arrastra una insuficiencia crónica para seguir el ritmo de los tiempos".
Socialmente atípica y políticamente atomizada, Ferrol posee varias peculiaridades que no se repiten en ninguna otra urbe gallega. Tiene el 20% de su superficie urbana (800.000 metros cuadrados) en manos del Ministerio de Defensa, pero carece de suelo industrial. Castigada por "salvajes reconversiones navales", su dependencia del Estado la acostumbró a la cultura de la subvención y adormiló a una clase empresarial (4.559 empresas) poco emprendedora pese al chorreo de millones en créditos blandos y ayudas a la reindustrialización: 201 millones de Industria a través del Plan Ferrol desde 2006.
"Fue creada y amamantada por el Estado, y el destete fue tardío", resume un conocido economista. Opina que Ferrol "debe pasar la página" de los tiempos de gloria de la construcción naval civil y propulsarse sobre la plataforma del puerto exterior para crecer y diversificarse "en otros campos".
La tapia que rodea el Arsenal divide a la ciudad en dos mitades, oculta una ría todavía sin depurar y esconde un patrimonio del siglo XVIII con mucho potencial turístico en una ciudad con 60 kilómetros de costa. "El estamento militar no es lo que era ni el proletariado tampoco. Socialmente ya no está tan tensionada y ha evolucionado a mejor, pero falta clase media", reflexiona el historiador Guillermo Llorca. Cree que Ferrol arrastra un "pesimismo crónico que daría para una tesis doctoral" y cree que la ciudad "se valora poco". "Falta ese punto chovinista al estilo coruñés", bromea.
Ferrol Vello, protegido en 2011 como Bien de Interés Cultural, se cae a pedazos; la peatonalización se retrasa y la rehabilitación del casco histórico de A Magdalena, la joya del urbanismo modernista, avanza a paso de tortuga con más de un centenar de edificios ruinosos en manos de tres promotores.
"El exceso de protección está matando el barrio. Es su verdugo", asegura Alberto Samaniego, responsable de Hábitat, un estudio de arquitectura y rehabilitación. Opina que el Plan Especial de Protección y Reforma Interior (Pepri) aprobado en 2007 peca de proteccionista, frena las intervenciones y pide criterios más flexibles. "Para la Administración vale todo (pavimentos diferentes o mobiliario fuera de escala) y para el ciudadano, nada", resume.
El tráfico no es el mayor de los problemas en una ciudad relativamente segura y con todos los municipios de la ría enchufados al Plan de Transporte Metropolitano al que le falta captar viajeros para jubilar coches.
Ferrol asimiló el antiguo hospital de Marina, perfectamente equipado pero todavía a medio llenar de pacientes. Una plataforma vecinal por la sanidad pública integrada por vecinos y sindicatos azuza a la gerencia para acortar listas de espera y vigila contra las privatizaciones.
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