Cuenten ya qué pasó en 1917
Esto que vivimos no puede ser verdad. No está pasando. Se trata de un experimento social, una hipnosis colectiva con algo que nos han puesto en el agua, si no de qué... en cualquier instante nos despertarán de la pesadilla y las cosas volverán a ser aproximadamente como antes. Por supuesto la política quedará inmaculada, los chorizos devolverán el botín y si algún banquero metió la mano, la pata, o ambas a la vez, será apartado de sus menesteres y las autoridades chinas darán buena cuenta de él y de sus cómplices cual es costumbre. No pasa nada. Su hipoteca no peligra. En cuanto los psiquiatras acaben de rellenar los formularios con las conclusiones, todo el mundo a su casa que el experimento se acabó. Porque, vamos a ver, esto de Telefónica, la compañía que privatizó el jockey de Gadafi con los resultados harto conocidos para los usuarios, se pasa de castaño oscuro. Más de 10.000 millones de beneficios, gracias a la obsequiosidad de Gobiernos nada intervencionistas para no estropear las digestiones de accionistas ni ejecutivos -que cobran 103,5 veces más que cada trabajador-, y pretenden liquidar 5.600 empleos. Para compensar ese sacrificio humano a los dioses del mercado, a los ejecutivos de la casa se les ofrecen 600 millones en stock options, el mejor antiácido contra empachos. Ah, cuando lean ejecutivos de Telefónica, piensen en Eduardo Zaplana. ¿Se explican ahora la calidad del servicio?
En otra fase del sueño acabamos de ver al Gobierno catalán anunciando que rebajará los impuestos a cuantos ingresan más de 120.000 euros, aunque evadan lo que no está escrito. O sea, gente en riesgo de exclusión social. Como era de esperar, los del PP, pobres de solemnidad como son, se han sumado a una iniciativa que acariciarán tan pronto se encaramen al Boletín Oficial del Estado y de momento, solo de momento, queda pendiente de aplicarse en la demarcación vecina. Y no porque al pasante del bipartito (CiU) se le olvidase anotarla en el programa electoral, sino porque antes de que el lobo se zampe a los cabritillos, ha de pasar por varias casillas y ahora mismo enseña las patas enharinadas por debajo de la puerta entre tanto afila el colmillo ¿Qué susto? Pues haberse pedido muerte el día de las elecciones. Hay más, mucho más. El País Valenciano es una sobredosis de corrupción e indignidad: listas patibularias, aeropuertos para peatones, bibliotecas sin libros, penurias a granel... Despierten ya. Y cuenten de una vez qué diablos pasó en 1917, para que los bolcheviques se levantaran en armas contra los zares de Rusia. ¿Eran acaso peores que Aznar, insufribles como González Pons, más crueles que el gobernador del Banco de España, cojeaban de lo mismo que Camps...? Algo muy fuerte tuvo que ocurrir para que se desatase aquella revuelta, y en cambio aquí sigamos viéndolas venir o esperando a los poetas, que ya se sabe que trafican con armas cargadas de futuro.
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