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Elecciones municipales y autonómicas
Columna
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Por sus votos los conoceréis

No comparto la idea de que el pueblo se equivoca, como sostuvo Zaplana ante el triunfo de Zapatero

Que el portavoz del Grupo Popular en las Cortes Valencianas afirmara que las listas de su partido para las próximas elecciones "están compuestas por las mejores personas, respetables y de una ética fuera de toda duda" responde al particular sentido de la realidad de Rafael Blasco, no necesariamente compartido por quienes han descubierto en imputados e implicados en los casos Gürtel y Brugal indicios de delitos no pequeños que él ignora. O bien puede enmarcarse en el espíritu que llevó al PP a Mallorca para hacer público un manifiesto contra la corrupción, firmado por el perseguido Francisco Camps en el escenario político del indiscutiblemente inmaculado Jaume Matas. Es decir, el mismo cinismo que ha llevado al PP a proclamar códigos éticos que no sólo son papel mojado y una desvergüenza sino una auténtica tomadura de pelo. Y en eso se emplea Esteban González Pons, cuyos ejercicios de retórica resultan a veces indignantes por mezquinos, pero con frecuencia cómicos, o María Dolores de Cospedal, que se goza en la insidia y en la calumnia, incluso más que Pons, y que lo seguirá haciendo en la seguridad de que a ella por más no le va a suceder lo que a Ángel Luna por menos. Otro tanto hace en versión local la alcaldesa de Valencia, que no será juzgada por un tribunal de ética, pero que de ser sometida a juicio por un tribunal de estética saldría peor parada. La señora Barberá se crece cada día más en su propia caricatura, no precisamente un prodigio de finura, y supera todos los límites de lo que pueda tenerse por compostura hasta alcanzar lo grotesco. Se empeña en parecer su ninot y lo consigue. Pero, en fin, no sé si el mismo sentido de la realidad y la decencia que tiene Blasco será el de los ciudadanos que, según él -atención-, "juzgarán con el voto libre lo que piensan de cada uno".

No parece descabellado transferir a los ciudadanos que les votan la responsabilidad de su juicio sobre los candidatos propuestos y en consecuencia su condición de cómplices. Ahora bien, un voto no es un juicio. No hace falta sumirse en un tratado de teoría política para conocer el papel de las urnas, que no son el confesionario donde se imparten los perdones ni el lugar donde se aplican las leyes civiles. Es probable que algunos ciudadanos voten a candidatos no precisamente ejemplares sencillamente porque admiren a esos supuestos corruptos que son para ellos modelos de éxito. Y pueden hacerlo, cómo no, porque a pesar de los comportamientos irregulares que conocen, pecata minuta, tienen otras afinidades con ellos por pura simpatía o por razones ideológicas o de creencia que los distancia de cualquier otra alternativa. Pueden votarles también porque su única fuente de desinformación sea Canal Nou. Y hasta habrá almas inocentes que piensen de verdad que la policía, los fiscales, los jueces y las otras fuerzas políticas han organizado una verdadera cruzada de persecución contra Camps y sus próximos, argumentos parecidos a los que exponen Berlusconi y Gadafi, y quieran acompañarlos de buena fe hasta su calvario para proclamar su resurrección. Un calvario que podría tener pronto final si la justicia se tomara la misma celeridad con ellos que con Luna y con Garzón. Pero los populares no deben tener aprecio por la justicia diligente cuando rezan por su lentitud o le ponen zancadillas para el retraso. Así que vaya usted a saber por qué vota cada cual a cada quién, vote a quien vote.

Está bien que Blasco nos advierta de la responsabilidad de los votantes, consciente de que quienes les votan son con todo derecho sus cómplices, yo también lo creo, pero lo que no suele quedar claro en unas elecciones, ni con el PP ni con otros partidos, es por qué les votan. Yo no comparto la idea de que el pueblo se equivoca, como sostuvo el demócrata Zaplana en 2004 ante el triunfo de Zapatero. No se equivoca, sabe lo que hace: Carlos Fabra ha recibido más votos desde que se sabe de él lo que se sabe. Pero eso no quiere decir que sus votantes hayan visto en él al político ejemplar que reconoce Rajoy. Y tampoco que esos votantes tengan el sentido de la realidad que manifiesta Blasco ni gusto alguno por la ejemplaridad. Quiere decir que apoyan y admiran a Fabra, no a pesar de lo que es sino por lo que es, y a partir de ahí caben todas las conjeturas sobre tal electorado. Pero el voto, insisto, no revela un juicio sino una decisión.

En la más reciente y multitudinaria manifestación en Valencia contra la corrupción se exhibía una modesta pancarta que decía: "Nadie entiende por qué los italianos votan a Berlusconi; los valencianos, sí". A lo mejor esa pancarta tenía algo que ver con la responsabilidad que Blasco otorga, no faltaría más, al voto ciudadano.

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