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Crónica:SILLÓN DE OREJAS
Crónica
Texto informativo con interpretación

Celebrando a Guillermo

Manuel Rodríguez Rivero

Un año más, la Asociación de Amigos de Guillermo (www.justwilliamsociety.co.uk) celebra su habitual encuentro (el 29º) para homenajear a su héroe. El meeting tendrá lugar en el hotel Three Salmons (un nombre adecuadamente guillermino) de Usk (en Gales) el sábado 30 de abril, y está abierto a cuantos puedan pagar las 29 libras que sus organizadores piden a cambio de una intensiva jornada repleta de conferencias, charlas y debates, incluyendo en el precio desayuno, almuerzo y té de las cinco. Tiene gracia: el modesto simposio tendrá lugar al día siguiente de los mediáticos fastos por las reales nupcias de William Arthur Philip Louis Windsor y Catherine Elizabeth Middleton, que sin duda van a convertir a la ya de por sí caótica capital británica en un auténtico pandemonio: nada que ver con el ambiente provinciano y tranquilo que, con toda seguridad, se respirará en Usk, una pequeña localidad más acorde con el espíritu del homenajeado. Como ocurre siempre que se reúnen sus fans, se hablará más del personaje que de su creadora: Richmal Crompton (1890- 1969), como también le sucede a Arthur Conan Doyle, ha sido irremisiblemente fagocitada por la apabullante personalidad de su criatura. La joven profesora de lenguas clásicas y militante sufragista que se inventó a Guillermo y a los Proscritos en 1919 tenía proyectos profesionales de mayor enjundia literaria. Y, para demostrarlo, publicó a lo largo de su vida 40 novelas y varios libros de relatos "serios". Pero sólo alcanzó su exigua parcela de inmortalidad gracias a las aventuras de un desaliñado mocoso que no disimula su radical hostilidad a los adultos (excepto si son artistas de circo, atorrantes, espías, deshollinadores, piratas, gánsteres, bandidos o magos) y es capaz de crispar los nervios a sus vecinos con sus insoportables cánticos y sus desopilantes ordalías. Admiradora de Proust y Henry James, pero sobre todo de Ivy Compton-Burnett, Crompton nunca pudo zafarse de su personaje -"mi monstruo de Frankenstein", lo llamaba-. Y esa fue su gloria: más de doscientas historias de Guillermo recogidas en una treintena de libros que han leído con gusto tres generaciones diferentes. Y resulta curioso: Guillermo y sus amigos y allegados, incluida la odiosa niña Violeta Isabel, cuyo característico ceceo funcionaba como arbitraria marca de clase (yo no veo para qué zirve un periódico zi no lleva crímenez, adaptaba el traductor López Hipkiss), conservan la misma edad durante todos esos años, como otros tantos Peter Pan encapsulados en una burbuja de tiempo. Y, sin embargo, el entorno de sus aventuras iba cambiando al ritmo del siglo XX: primero las familias eduardianas perdían a sus sirvientes; luego aparecían torvos bolcheviques (años veinte), mendigos (Gran Depresión) o camisas pardas (años treinta); más tarde, los relatos hacían referencia a la guerra, a las transformaciones de posguerra o a la conquista del espacio. Crompton adaptaba las peripecias de Guillermo a su propio tiempo, resignada a que esos fueran los libros con que se ganaba la vida (y bastante bien: cuando murió había vendido varios millones de ejemplares), pero siempre sufrió como humillación que los editores de sus novelas para adultos incluyeran en los paratextos de sus cubiertas la leyenda "por la autora de Guillermo". En todo caso, hace mucho que sus libros "serios" no tienen lectores. Y los de su eternamente joven héroe ya no atraen a los adolescentes, de modo que, cuando desaparezca el último de sus ya añosos lectores "naturales", el anarcoide William Brown será poco más que una breve referencia en las historias de literatura juvenil. Mientras tanto, recordémoslo (en Usk o donde sea) con el agradecimiento que se debe a los héroes.

Fugas

En El halcón maltés, de Dashiell Hammett (incluido en el volumen Todos los casos de Sam Spade, RBA), el famoso detective (en la peli de Huston, Bogart) relata a su clienta, la frívola Brigid O'Shaughnessy (Mary Astor), la historia de un tal Flitcraft, un honrado empresario y ejemplar marido y padre, que, un día, tras una repentina experiencia que le ilumina, abandona a su familia sin más explicaciones y se traslada de ciudad. Spade, que es uno de mis héroes existencialistas favoritos, recurre a esa historia -un caso que había investigado anteriormente- para demostrar a la mentirosa Brigid lo difícil que a la gente le resulta cambiar; y es que, años más tarde, cuando el detective (contratado por la mujer de Flitcraft) consigue encontrarlo, el tipo había reproducido en otra ciudad y con otra familia las mismas pautas de su vida anterior. La literatura cuenta con otros relatos de maridos (y, luego, de esposas) que desaparecen un buen día sin dejar rastro. Uno de los que más me gusta es Wakefield (Nórdica y Alianza), un estupendo cuento de Nathaniel Hawthorne en el que el esposo se va de casa con el pretexto de un corto viaje y no regresa hasta al cabo de veinte años; entretanto vive en la misma ciudad, a escasos metros de su hogar, y se dedica a observar a su mujer. He recordado esas dos historias de maridos que se van "a por tabaco", según la castiza expresión española (condenada al desuso tras la implantación del divorcio) a propósito de otro caso de abandono bastante diferente: el que se narra en El coronel Chabert (Reino de Redonda), un relato de Balzac que ha sido llevado varias veces a la pantalla (la última con Depardieu y Fanny Ardant) y que tiene cierta importancia en la historia que cuenta Javier Marías en Los enamoramientos (Alfaguara). Sólo que esta vez el marido no se quita de la circulación voluntariamente, sino que es dado por muerto en la batalla de Eylau. Y, cuando, tras diversas peripecias y cambios de identidad, reencuentra a su antigua esposa, ésta se ha vuelto a casar, y Chabert se convierte en un problema. Aquellas historias nos fascinan porque conectan con algún deseo oscuro -irse sin explicaciones, salir de naja, largarse- y, probablemente, universal. Una especie de cansancio de seguir y, a la vez, un iluso anhelo de cambiar, de empezar desde cero donde nadie nos conozca, sin avisar ni decir adiós (ahí os quedáis, que os den) a quienes dejamos atrás. Yo me lo estoy planteando, por si gana Rajoy y se hace amiguito de Mas y sí hay derecha que cien años dure.

Rechazo

Casi todos los escritores han recibido alguna vez una carta de rechazo. Las editoriales solían dispensarlas de varios modelos: escuetas, amables (si el autor podía interesar más adelante), impertinentes y perentorias, sinuosas. El rechazo puede ser, para quien lo padece, una humillación y, a la vez, un rito de paso. Y para quien rechaza, un arte y una venganza. Hay quien empapela su casa con notas de rechazo y, luego, se hace rico con el libro que le rehusaron. Cuando triunfan, a los escritores les gusta mencionar a los editores (tontos) que los repudiaron (ahí tienen a J. K. Rowling, por ejemplo) y, luego, se tiraron de los pelos. Del rechazo y de sus infiernos y glorias trata precisamente Éxito (Trama editorial), un libro la mar de instructivo de Íñigo García Ureta, autor y editor, que sabe perfectamente de lo que habla.

Ilustración de Max.
Ilustración de Max.

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