José Gómez Mar, director de comunicación

En la madrugada de este sábado murió el que probablemente fue el primer dircom de España, décadas antes de que se inventara la palabreja de marras. José Gómez Mar nos ha dejado a los 78 años. A estas horas debe andar exhibiendo su sonrisa placentera y disfrutando de la brisa celestial tras el volante de un Alfa Romeo Spider descapotable de los que veíamos en las películas de Fellini.

La España de la segunda mitad del siglo XX está llena de historias impensables y la de Pepe es una de ellas. Que un chaval de Teruel, destinado a no salir jamás de la provincia y entregar sus días y esfuerzos al seminario, se marchara a Madrid a estudiar -¡periodismo!- ya era una hazaña en sí mismo. Que ese mismo chaval se montara en una moto desvencijada y viajara él solo hasta Reino Unido ya lo dice todo.

Allí descubrió el mundo de las publicaciones del motor, que en España eran prácticamente inexistentes. Y se trajo de vuelta un secreto que me contó una tarde mientras me preguntaba una y otra vez si seguía hablando, asombrado de que alguien todavía mostrara interés por sus batallitas: a los aficionados a los coches y a las motos no hay que contarles cómo son los vehículos que están a su alcance. Hay que hacerles soñar. Hay que describirles con todo lujo de detalle las características técnicas y las prestaciones de esas máquinas que nunca tendrán pero que les cortan la respiración. Los Ferrari, los Maserati, etcétera.

Seat se apropió de Pepe en cuanto descubrió que era el único capaz de dar una capa de modernidad a una industria potente a la que le faltaba imagen. Mucho tuvo que ver él con que los italianos apostaran en España por el 600, en vez de traer el Cinquecento. Les hizo ver que aquí aún faltaba mucho para que una familia pensara en un segundo vehículo. Más bien, se trataba de estrenar por primera vez uno.

Todavía recuerdo aquel anuncio televisivo en el que un Seat Ibiza bajaba trotando las escaleras de una empinada calle ibicenca. Me hacía gracia pensar que mi suegro estaba detrás de una imagen que pasó a nuestra memoria colectiva.

Sus últimos años laborales fueron al frente de la comunicación de Fiat Ibérica. A diferencia de muchos españoles -seguro que no le importará que cuente esto- exhibía en su casa antes su foto con Giovanni Agnelli, l'Avvocato, que la que tenía junto al rey Juan Carlos. En nuestras largas charlas me hizo entender con su pasión que el pueblo italiano era mucho más que las últimas anécdotas que nos llegaban a través de los medios.

Pepe fue un lector empedernido de EL PAÍS hasta su último día. A veces se enfadaba con las informaciones o con la línea editorial, pero como se enfadaba con Gracia, su mujer. Con el derecho a discutir con alguien que forma parte imprescindible en tu vida. Él lo era de la nuestra.