Quirós doma a la bestia
Tras acudir a una psicóloga, el español aúna control y potencia y sigue entre los mejores
Álvaro Quirós lleva una bestia dentro. La fiera sale cada vez que el pegador gaditano conecta el drive. El golpe es un estallido de violencia y la bola consume metros con más voracidad que ninguna otra. Nadie en el circuito europeo ni en este Masters de Augusta tiene tanta pegada con el driver: más de 280 metros de media, casi tres veces la longitud del Camp Nou. Con 1,90m de estatura y dos metros de envergadura, su cuerpo actúa como una polea y la bola gana unos palmos preciosos en un deporte en que el éxito se mide en milímetros.
Pero a la fiera hay que controlarla. La misma energía que Quirós liberaba con el drive era capaz de hacerle perder los nervios ante un golpe malo. Se convertía en una fuerza de la naturaleza descontrolada. Y acababa hundido víctima de sus excesos, peleado con el mundo. Así fue Quirós en sus dos participaciones anteriores en el Masters, en las que ni siquiera pasó el corte. Hasta llegó a decir, desmedido él, que no quería volver jamás. Era un diamante por pulir.
Augusta disfruta de un nuevo Quirós. El trabajo de su entrenador, Pepín Rivero, y de una psicóloga han puesto a la fiera bajo control. El andaluz da rienda suelta a su mejor golpe, pero ha aprendido a conservar la tranquilidad con el juego corto y de repente ha aparecido un asombroso golfista con el putt. La combinación perfecta: un pegador superlativo que sabe templar el pulso. De repente, el chico que había naufragado en Augusta se convirtió en el primer líder del Masters y ayer aguantó en la quinta posición (uno sobre el par en el día, menos seis en total). Una ola de admiración y entusiasmo se levantó entre los aficionados y periodistas, que preguntaban por la historia del tal Quirós.
¿Su historia? La del hijo de un caddie de Sotogrande, el adolescente que cambió el fútbol por el golf porque le dolían las rodillas por el crecimiento, el jugador que llegó a Augusta sin haber visto nunca el Masters porque en su casa no había televisión de pago. Quirós, de 28 años, es el chico que el miércoles por la tarde hacía la compra con su entrenador sin que nadie le molestara en el supermercado.
Para comprender su transformación hay que conocer también a Pepín Rivero, pionero del golf español en los duros años de Ballesteros. La serenidad y sacrificio del preparador mezcla perfectamente con ese apasionamiento de Quirós. Martín, el padre, sigue trabajando como jardinero. Y junto a Pepín ayuda a mantener los pies en el suelo al mozo.
La ayuda de una psicóloga por primera vez en su carrera ha completado el puzzle. "Ahora soy más maduro. Con los años he aprendido y me controlo. Ya no pierdo los papeles. Antes me perdía por las expectativas y por mi propia ambición. El cambio ha venido a base de palos", explica Quirós. También gracias a los consejos de Olazábal, su padrino.
Quirós perdió ayer el liderato. Pero superó la prueba en un día en que debía agarrarse al campo como fuera. En el primer hoyo se fue a los árboles, en el segundo al búnker, en el tercero la bola le hizo una corbata y en el 12 se pasó de largo y cargó con un doble bogey. La sucesión de obstáculos era una bomba de relojería. "Ya no, está más tranquilo", cuenta Rivero. "Tiene todo el potencial dentro de él. El golf es un 70 u 80% cabeza", apunta Jiménez. El bombardero se ha serenado. El miércoles bajó en 10 golpes su mejor vuelta en Augusta, donde estrena caddie. Su novia, María, y sus padres le acompañan por el campo junto a Pepín y su mujer. La afición ya le conoce. Aunque él rebaja la euforia. Dice que tiene "las manos de un albañil, y no las de un artista, como Seve". Desconecta del golf con el fútbol en una Liga de aficionados, el surf y la bici de montaña. Y viendo a su Atlético.
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