Defino
Entre otras noticias terroríficas mayores -Fukushima, Libia, naufragios, paro-, publicadas últimamente por este periódico, dos de menor calado me resultan especialmente turbadoras. La más llamativa apuntaba la posibilidad de que exista un asesino en serie en Long Island, y no en una serie del canal Calle 13, que sería lo suyo. La otra daba cuenta, sin margen de error, de que el antiguo colaborador de don José María Aznar, don Miguel Ángel Rodríguez, existe realmente. Más allá de esas tertulias -en algunas le pagan con nuestros impuestos- a las que su avatar maligno se ve obligado a asistir, existe. Conste que no le estoy insultando, ni siquiera definiendo. Me limito a afirmar algo científicamente demostrable. Existe.
Puede ser demoledor para muchos de nosotros, pero está en plena posesión de las facultades de su clase de mente, o de la mente de los de su clase.
Posee el caballero, también, un iPad que se soba -me fascina que los símbolos fálicos sean, hoy en día, planos-, y afirma que, cuando su avatar televisivo soltó babosidades contra el doctor Montes, lo hizo por la presión propia del medio, tan estresante, y del género, tan atropellado. Si no han leído la excelente información de Rafael Méndez apresúrense a hacerlo, porque encontrarán en ella el retrato de un imbécil cínico contado por él mismo a una sociedad formada por cretinos impotentes que se pasman o se abisman cuando les sueltan porquería desde el recto-plasma que reina en sus salones. Y ahora sí que estoy definiendo, sin duda presionada por la necesidad de terminar esta columna antes de que deje de controlar las arcadas.
Este Rodríguez y su replicante tertuliano tendrían que desplomarse en genuflexión instintiva cada vez que las palabras "Doctor Montes" se les pasen ni que sea por la pantalla de eso que se soban con las manos. Defino.
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