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Tribuna:Laboratorio de ideas
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Japón y el 'efecto jacuzzi'

Ángel Ubide

La catástrofe que ha sacudido a la sociedad japonesa es difícil de internalizar completamente. Un país golpeado de manera casi sistemática a lo largo de las décadas, que ya en el siglo XIX ilustraba en las pinturas en madera de Hokusai la amenaza de los tsunamis. Los desastres se han acumulado sin cesar: el terrible terremoto de Kanto en 1923, que destrozó Tokio y acabó con la vida de más de 100.000 personas; los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, no solo el ataque nuclear, sino los bombardeos convencionales en Tokio, que causaron más de 100.000 víctimas; el reciente terremoto de Kobe en 1995, que mató a más de 6.000 personas y generó más de 100.000 millones de dólares de pérdidas. Y todo ello sin contar que lleva dos décadas tratando de recuperarse de la explosión de la burbuja de finales de los años ochenta y que cada vez que está a punto de levantar la cabeza desde el punto de vista económico se produce una crisis -la asiática en 1997 y la reciente de 2007-2010- que le golpea de nuevo y le reconduce, sin piedad, al punto de partida. El terremoto de hace tres semanas, completado con un tsunami de enormes proporciones, pondrá de nuevo a prueba la capacidad de regeneración del pueblo japonés.

El proceso de reconstrucción debería generar un aumento de la capacidad productiva

Las anécdotas que llegan desde Japón, a través de amigos y compañeros, demuestran la profundidad de la sociedad japonesa. Las condiciones logísticas en Tokio son muy precarias, con una tremenda escasez de agua embotellada, pero no se producen altercados ni los comerciantes aprovechan para aumentar los precios y sacar partido de la tragedia. Ante la amenaza de restricciones energéticas que pueden durar varios meses, los ciudadanos japoneses se han embarcado en una campaña voluntaria de ahorro energético. Una ciudad tan luminosa de noche como Tokio se ve de repente sumida en una oscuridad profunda. Las televisiones que alumbran permanentemente las arterias principales de la ciudad se han apagado. No hay luz en los pasillos de los edificios públicos y comienzan los preparativos para un verano tremendamente caluroso sin aire acondicionado. Recuerda la reacción de la sociedad coreana en 1997, cuando se organizó una campaña improvisada de donación de joyas de oro y plata para recomponer las maltrechas reservas cambiarias del país y así evitar la bancarrota. El espíritu cívico es superlativo. En España, sin embargo, nos quejamos si nos piden que conduzcamos un poco más despacio para ahorrar energía.

El resto del mundo ha tenido un comportamiento un tanto oportunista. La cobertura periodística y las reacciones políticas han tenido un claro sesgo antinuclear en muchos países, exagerando en muchos casos los riesgos y dibujando escenarios con nulas probabilidades de aparición. La opinión de los expertos desde el inicio estaba muy clara: la probabilidad de un incidente similar a Chernóbil era cero, y la probabilidad de que hubiera un problema radiactivo -definido como un nivel de radiactividad materialmente superior al que se expone una persona en el curso de la vida diaria- más allá de la zona de exclusión definida por las autoridades japonesas era también cero. La radiación que se mide actualmente en Tokio es 20 veces inferior a la que genera una radiografía, 70 veces inferior a la que se expone un pasajero de un vuelo Tokio-Nueva York. Nadie lo diría, a tenor de las declaraciones de ciertos políticos y las acciones de ciertos países.

El impacto económico es todavía difícil de valorar. Las autoridades japonesas acaban de publicar un estudio preliminar que cifra las pérdidas -la destrucción del stock de capital físico, edificios e infraestructuras- en torno al 5% del PIB, aproximadamente el doble de las pérdidas del terremoto de Kobe debido al impacto del tsunami. Si el proceso de reconstrucción es similar al de Kobe, se distribuirá a lo largo de los próximos tres años, añadiendo al crecimiento entre 1,5% y 2% cada año. Estas estimaciones están marcadas por la incertidumbre asociada a las restricciones de electricidad, que pueden durar varios meses, y a las interrupciones de las cadenas de producción -no olvidemos que Japón es la pionera del método just in time. El impacto neto final sobre el crecimiento dependerá de cómo se financie la reconstrucción. Las compañías de seguros cubrirán tan solo una parte mínima, alrededor del 10%, y el resto tendrá que ser, de manera directa o indirecta, financiado por el sector público.

La financiación se podrá efectuar de varias maneras: vendiendo activos, emitiendo deuda, subiendo los impuestos o recortando otros gastos. La venta de activos puede parecer atractiva, ya que Japón posee activos financieros por valor de casi un 100% del PIB, pero deprimirían el mercado bursátil local si la venta fuera de activos nacionales o apreciarían la moneda si la venta fuera de reservas cambiarias. Además, estos activos se han acumulado a lo largo de los años para financiar los gastos derivados del envejecimiento de la población. La emisión de deuda, en vista de los bajos tipos de interés, parece una opción atractiva, pero Japón parte de un nivel de deuda ya muy elevado, y el margen de maniobra es reducido.

Los primeros análisis sugieren que será necesario un presupuesto extraordinario inicial de un 2%-3% del PIB, que se financiará a base de una combinación de reorganización de partidas de gasto -por ejemplo, cancelando planes existentes de apoyo a los desempleados y pymes y subsidios para guarderías - y aplazando la rebaja planeada del impuesto de sociedades. A su vez, el Banco de Japón ha adoptado una política monetaria de enérgico apoyo a la reconstrucción, aumentando significativamente la provisión de liquidez y los programas de compras de activos. Esto debería facilitar el debilitamiento del yen y contener los tipos de interés a niveles mínimos.

El proceso de reconstrucción debería generar un aumento de la capacidad productiva japonesa. La literatura económica sobre desastres naturales conceptualiza el efecto jacuzzi: cuando a uno se le avería la ducha, la arregla, pero si un desastre natural te destroza el baño, lo reconstruyes con sanitarios nuevos de última tecnología, jacuzzi incluido. Japón ha reaccionado a cada desastre incorporando las lecciones aprendidas y construyendo unos fundamentos mejorados: por ejemplo, los códigos de construcción se reforzaron tras el terremoto de Kobe y esto ha contribuido a reducir el número de víctimas en esta ocasión. El efecto jacuzzi mejorará a Japón en el largo plazo, pero tras la reconstrucción sus ciudadanos se merecen un larguísimo periodo de descanso y buena suerte.

Ángel Ubide es investigador visitante del Peterson Institute for International Economics en Washington

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