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Columna
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Manuel Vicent

Pones el cursor sobre el icono para eliminar el mensaje que has mandado o recibido a través de la Red, le das al ratón, el texto desaparece de la pantalla, se va a la papelera y allí queda a la espera de una segunda oportunidad para seguir existiendo. El sistema te pregunta si quieres borrarlo definitivamente. Aprietas la tecla con toda tu omnipotencia y crees que el texto ha sido aniquilado para siempre, pero no es así. No has hecho sino encerrarlo en un habitáculo secreto del disco duro y tirar la llave. Sucede que esa llave la puede encontrar con relativa facilidad un experto informático o un policía que siga tu rastro por orden del juez. Llegado el caso se abrirá esa cámara negra y quedarás al descubierto. Si entras en la Red, ya nunca estarás a salvo. Como su nombre indica la Red es una trampa y una vez que metas el ratón en busca del queso en Google quedarás atrapado, pero esa ratonera también es el espacio donde uno alcanza la inmortalidad porque cualquier hecho de tu vida o dato que te ataña, el sentimiento o sueño que hayas volcado en Internet estando vivo, se expandirá en tiempo presente por todo el universo aunque ya hayas muerto. Si te han absuelto de un crimen, seguirás estando eternamente sentado en el banquillo todavía; si has recibido un premio, te estará abrazando eternamente el rey; si has salvado a un niño te estarán poniendo eternamente una medalla; si has hecho el idiota en Facebook y tu novia te ha rechazado, podrán reírse de ti hasta el final de los siglos y ese será tu castigo eterno. En tiempos de Babilonia los sátrapas tuvieron que crear a un Ser Que Todo Lo Ve, sencillamente porque entonces no había suficientes policías. El infierno estaba reservado para aquellos facinerosos que escapaban a la acción de la justicia. Aún hoy la policía solo descubre la décima parte de los crímenes, pero a medida que en la historia el aparato de control y represión de los ciudadanos ha ido creciendo, ha perdido fuerza el castigo en el más allá, sustituido en la tierra por la tortura en las cárceles. Algún papa ha dicho que el infierno es solo un estado de ánimo. Puede que se estuviera refiriendo sin saberlo a esa trampa de la Red, similar a un laberinto, en el que nos sentimos vigilados, condenados e inmortales al mismo tiempo.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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