Náufragos
Ya sé que no está el patio para muchas alegrías. Pero en momentos de grandes cataclismos son las cosas personales las que nos salvan: una carta, un pequeño proyecto, el homenaje a un amigo. No sé si a ustedes les ocurre lo mismo. A veces, muy pocas, tengo la impresión de que el mundo no se ha ido todavía al carajo gracias a esos pequeños oasis de la vida diaria, acontecimientos mínimos a escala humana que son el mejor antídoto para el frío de los inviernos muy largos.
Esta noche un grupo de amigos a la deriva nos reuniremos para celebrar la concesión del Premio Náufrago 2011 a Alfons Cervera por su puñetera manía de llamar a las cosas por su nombre. No se trata, claro está -conociendo al homenajeado- de ningún reconocimiento oficial como esos para los cuales hay que comprarse un traje oscuro y zapatos nuevos. Alfons es un tipo que no suele despertar demasiadas simpatías entre la gente que otorga esa clase de galardones, pero tiene fans incondicionales a pie de calle. Y no es de extrañar, el muy bellaco escribe unas novelas extraordinarias, llenas de verdad. Y breves. No le gustan los tochos. Supongo que el estilo conciso le viene de los periódicos. Cuando él empezó, los diarios todavía tenían un vientre de plomo y se hacían de madrugada, ametrallando frases cortas en una máquina Olivetti. Los que hayan leído alguno de sus artículos en el Levante-EMV o la Cartelera Turia, sabrán a qué me refiero. Poca grasa y muchas tripas. Es decir, pertenece a esa clase de articulistas atravesados y bordes cuando se trata de tocar las narices. Alfons además de un maestro del oficio, es un tipo que nunca le ha fallado a nadie. Tiene una humanidad expansiva tan generosa que sospecho que a veces debe de dolerle. Por eso acaba metiéndose y metiéndonos en tantos fregados. No hay manera de decirle que no. Se cree que porque él siga teniendo fe en el ser humano y no se resigne a envejecer, tiene derecho a quitarnos el sueño a los demás. Su sentido del compromiso va más allá de unas cuantas ideas compartidas y algunas batallas casi siempre perdidas. No puede evitar complicarse la vida. En el momento menos pensado se planta delante de tu conciencia, sacando de la memoria recuerdos que nadie le ha pedido.
Pero además de inasequible al desaliento y un liante de mucho cuidado, Alfons es amigo mío. No estamos de acuerdo en muchas cosas y cada dos por tres me mete unas broncas tremendas. Pero me gusta su manera de nadar contracorriente. Cuando el barco está a punto de irse a pique, mientras muchos buscan descompuestos un bote salvavidas, él es de los que aguanta nadando a brazo partido. Corren malos tiempos como les decía al principio, pero al menos esta noche habrá un faro encendido en alguna parte para ir capeando el temporal.
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