En japonés
Carles Francino entrevistó en directo a un capitán de los bomberos de Fukushima. Sorprendía la calma con la que explicaba su acercamiento a la central, a través de 20 kilómetros de poblaciones desérticas, con el miedo metido en el cuerpo, pero el convencimiento de que era un trabajo que tenía que hacerse. Los analistas del comportamiento humano tratan de esclarecer si la actitud de los japoneses, alejada de la histeria de otros países, es un rasgo de carácter o un síntoma de sumisión.
La población mantiene el orden. La ausencia de caos no está sustentada en la satisfacción por cómo se ha llevado el asunto. Al igual que en cualquier otro lugar, las críticas son más fieras cada día que pasa por la falta de previsión, el secretismo y la inoperancia de las autoridades. Pero pese a estar inmersos en una situación siniestra, más a raíz de los escapes radiactivos, la reacción histérica ha venido de Occidente. Hasta los defensores de la energía nuclear, antes de saber las consecuencias de las fugas, ya riñen a cualquiera que exprese su temor ante los riesgos evidentes.
En japonés, mono no aware es aceptar la calma triste de la vida, lo efímero de pérdidas y encuentros, que tan bien retrató Ozu en sus películas. Los occidentales recurrimos a la trascendencia filosófica para hablar de Japón como otros a las castañuelas y el sombrero cordobés para hablar de España. La ausencia de griterío en sus televisiones ha contribuido más a la calma que el adiestramiento zen. La cadena pública NHK ha sido referencia para los informadores del mundo. Con una tasa de 12 euros mensuales los japoneses costean sus cinco canales, sin publicidad, al modo de la BBC. Nuestro Canal 24 horas ha mostrado en largas conexiones la mesura, el tono lóbrego pero eficaz con que han abordadola desgracia. Extremada prudencia de los afectados frente a la lujuria apocalíptica de los que miramos de lejos. La desinformación se logra igual por la contención paternalista que por el abuso y la desmesura.
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