Catarsis bailonga en la Sala Heineken

Hay días que hasta al más circunspecto le pide el cuerpo desmelenarse. Ayer, quién sabe si por pura exaltación primaveral, resultó ser uno de ellos. Los cuatro chicos de Cut Copy, tan repeinados y aseaditos, con esas camisas claras y zapatos lustrosos, parecen los guaperas que acaban de salir de la facul y emprenden el meritoriaje en la oficina, cerca de la máquina del café. Pero tras ese aspecto de futuros yernos con pedigrí se esconden unas fieras del pop electrónico y la música para danzar. La catarsis bailonga a la que nos sometieron en la Sala Heineken fue de las que pulveriza hasta la última kilocaloría cervecera. Incluso una chica se quitó la camiseta a lomos de su mozo, sin capilla universitaria de por medio.

A estos australianos los suelen emparentar con adalides del pop sintetizado del nuevo siglo, como Daft Punk o LCD Soundsystem, pero su desparpajo y respeto por la canción como formato para la seducción musical entronca más con los estigmatizados y añorados años ochenta. Al que en el fondo le gustan Human League o la Electric Light Orchestra suele sentirse como quien sale del armario: piensa que está solo, pero mira alrededor y le invade la euforia.

El peligro de la gelidez electrónica se desvanece en directo con el carácter expansivo del guitarrista Tim Hoey, las percusiones que aporta un circunstancial quinto miembro y los movimientos espasmódicos del cantante, Dan Whitford, que habrá visto vídeos de los primeros tiempos gloriosos de Talking Heads. Visions / Nobody lost sirve como un arranque casi funky, pero el desmadre es ya incontenible a partir del estallido de percusiones en Corner of the sky y el estribillo, para acompañar entre saltos, de Lights and music. La larga coda final de Sun god, con Hoey haciendo posturitas, sirvió para la definitiva abducción de las masas.