Diplodocus y escarabajos
Son las 5.02 de la mañana y estoy en el sur de China. Después de una corta estancia en el hotel Good East, de Guangzhou, acabo de ir al aeropuerto con nueve personas que no hablan inglés. Mi hotel era horrible. Mi cuarto de baño estaba encharcado y mi cama, más que una cama, era una losa de granito. Me alegro de que mi estancia -duró las cinco horas entre mi vuelo desde Shanghái y mi vuelo hacia Australia- fuera corta.
Pero el aeropuerto... El aeropuerto es diferente. Es tan impecable y moderno como cualquier aeropuerto del mundo.
Como cualquier economista que se precie les dirá, China ha cambiado. La economía está que hierve y los chinos están entusiasmados con ello. China no es distinta de la NBA. Hace 15 años, la NBA estaba tan estancada como lo estaba entonces la economía china, ya que todo era control, indolencia y Dikembe Mutombo. Ahora, la NBA es una tierra de bases. Aunque LeBron James y Dwyane Wade acaparan los principales titulares, se está creando un brío silencioso. Tío, ese Rajon Rondo es bueno. ¿Debería ser Derrick Rose el Jugador Más Valioso? ¿Puede alguien parar a Russell Westbrook?
Antes, los equipos daban el balón a sus hombres grandes. Ahora, a los bases: se pone el énfasis en acelerar el juego
Todos los cambios tienen causas. No soy un experto ni en economía ni en política, pero en el caso de China parece que los cambios se han producido gracias a una mayor apertura, provocada probablemente por la invasión de Internet, que hace que a un Gobierno represivo le resulte difícil convencer a su pueblo de que es tan feliz como le dicen que es.
En la NBA, el cambio es igual de evidente. Los partidos son más rápidos y es Deron Williams, no Anthony Mason, quien dicta las normas. Entonces, ¿por qué esa diferencia? ¿Por qué la NBA se ha convertido en la tierra de los (relativamente) liliputienses?
Debido a las faltas. O, más exactamente, debido al énfasis que se puso en acelerar el juego.
En la época de Alonzo Mourning, la estrategia que aplicaba la mayoría de los equipos era la de alejar el balón de sus bases y ponerlo en las manos de un hombre grande del tamaño de un diplodocus. Una vez que el balón estaba allí, decía la teoría, solo podían suceder cosas buenas, como una canasta, una falta o un pase para un lanzador de triples libre.
Hoy en día, a medida que los entrenadores se han ajustado a una renovación de las reglas, el diplodocus está pasado de moda y el escarabajo de agua está a la orden del día. Los técnicos quieren que sus veloces bases controlen el balón. Saben que los defensores de esos bases casi no tienen posibilidades en el cuadrilátero de boxeo que es el centro de la cancha en la NBA. Las mismas posibilidades que antes aguardaban a los diplodocus aguardan ahora a los escarabajos de agua: canastas, faltas y pases a los lanzadores de triples. Para tener más pruebas del dominio del base, uno no tiene más que mirar a los susodichos James y Wade. Cuando mejor juega cada uno de ellos es cuando lo hace -redoble de tambores, por favor- de base.
En China, la única gente que se lamenta del cambio a una economía más vibrante es aquella a la que los tenderos innovadores y los obsesos de la tecnología de la información han dejado atrás. En la NBA, los únicos que están enfadados con el cambio a un mayor énfasis en la velocidad son los tres seguidores de Andrew Bynum.
Como les dirá cualquiera víctima de un derrame cerebral, el cambio no siempre es bueno. Pero en los casos de la NBA y de China el cambio ha sido muy bueno. Los partidos de baloncesto son más entretenidos. Y se ha sacado -en cierta medida- a todo un pueblo de la represión.
Esperemos que, por el bien de los futuros viajeros, ese cambio pueda llegar un día hasta el hotel Good East.
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