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Columna
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Mujeres con agallas

El western siempre ha sido un territorio de hombres. Tipos de pocas palabras y gatillo fácil que jugaban al póquer, se lavaban poco, bebían como cosacos y, vale, también sabían echarle arrojo a situaciones peliagudas.

Los hermanos Coen han recuperado el género con un remake que supera al clásico y desprende el aroma crepuscular de las grandes obras maestras: Valor de ley. La alianza entre una niña de doce años, lista, valiente y huraña, empeñada en vengar la muerte de su padre, y un pistolero viejo y cansado contiene toda la dureza y la ternura de una derrota anunciada. El camino que ambos recorren posee una extraña melancolía difícil de olvidar.

Ya es raro que en estos tiempos el cine vuelva a ocuparse de un género tan denostado y políticamente incorrecto como el western, pero más raro todavía es que lo haga rompiendo con la mirada típicamente masculina. En Winter's bone también es una mujer muy joven la que planta cara, una adolescente de apenas 17 años a cargo de una madre enferma y dos críos, que se ve obligada a enfrentarse a todos para que sus hermanos pequeños no tengan que vagar como perros por los bosques del Misuri más rural y desangelado. Chicas duras.

Si el Oeste fuera algo más que una metáfora, los hermanos Coen tendrían razón en esta vuelta de tuerca al género. Quizá en pleno siglo XXI la mujer es el último héroe a la hora de echarle arrojo a situaciones peliagudas. Y no hablo ahora de cine, sino de la vida a pie de obra. No son tiempos para damiselas que deshojan una margarita a la orilla del lago, sino para mujeres que enseñan los dientes. Claro que hoy una situación peliaguda ya no implica adentrarse en territorio comanche para dar caza a los malos, sino aguantar mecha al pie del cañón. Lo realmente peliagudo es ocuparse de los hijos, lidiar con la hipoteca del banco, dejarse arañar el corazón sin andar mostrando por ahí las cicatrices... Y hacer frente a la enfermedad cuando toca, con entereza y sin más dramatismo que el estrictamente necesario, como han hecho recientemente Esperanza Aguirre y la diputada de Nafarroa Bai, Uxue Barkos, a quienes les ha sido diagnosticado un cáncer de mama.

Dos políticas de bandos contrarios e ideas más que discutibles, que sin embargo han sabido adentrarse en la boca del lobo, llamando a las cosas por su nombre, con la misma actitud valiente de los exploradores de antaño que se aventuraban en una tierra incógnita y peligrosa. Miles de mujeres anónimas entran cada día en ese campo minado aguantando el tipo como soldados perdidos en territorio enemigo. Dispuestas a dar la batalla. Y a ganarla. Situaciones peliagudas, ciertamente. Frente a ellas el salvaje Oeste, como les decía, no es una mala escuela.

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