Pague usted mañana
Cuando uno hace negocios en Turquía, hay una expresión que debe evitar a toda costa: "Te doy mi palabra". A pesar de la diferencia lingüística, los turcos la oirán y el trato se romperá como por arte de magia. Y es que en Asia Menor, el significado de palabra -así, en español- es un tanto diferente.
Todo se remonta a los muelles de Estambul. Allí, los marineros españoles juraban con su "palabra" que pagarían antes de zarpar todas las deudas contraídas durante su estancia en tierra firme. Tan pocos cumplieron lo prometido que palabra se introdujo en el idioma turco como sinónimo de mentira.
Y es que fiarse del otro es todavía la base de la economía turca, donde todo se compra y se vende a plazos: desde una lavadora, pasando por un ordenador, un pantalón y hasta una sartén se pueden trocear en cómodas mensualidades a través de las dos o tres tarjetas de crédito que todo el mundo posee.
Fiarse del otro es todavía la base de la economía turca
Lavadoras, pantalones, sartenes... todo se compra a plazos
No pagar no es una opción para un turco; es una deshonra
Hacerse con una tarjeta es muy sencillo. Basta con tener un puesto de trabajo y abrir una cuenta en el banco. Y a veces ni eso. Durante las festividades religiosas, en las que comprar ropa nueva es casi una obligación para los turcos, hay comerciales en las puertas de los bancos que ofrecen tarjetas de crédito a quienes se les ha acabado el dinero en metálico.
Y es que los turcos están acostumbrados a comprar antes de tener el dinero en el bolsillo. Cuando el crédito de una tarjeta se acaba, se usa el de la otra o se adquiere una nueva, lo que hace que todo el mundo viva con miles de deudas a sus espaldas.
Pero no pagar no es una opción. No cumplir con una deuda es una deshonra y se considera casi como robar. Por eso, cuando llegaron por primera vez las tarjetas de crédito a Turquía, muchos ciudadanos se suicidaron al no poder hacer frente a las deudas contraídas.
Pero ¿qué hacer cuando realmente no se puede hacer frente a una deuda? Las opciones son dos: prolongar el pago hasta límites inimaginables, algo en lo que los turcos son auténticos especialistas, o recurrir a la familia o a los amigos.
Al encontrarme yo en esta última categoría, he hecho algo que muchos extranjeros temen: prestar dinero a un turco. Así entré a formar parte de la larga lista de cheques a pagar y plazos a cubrir que constan en el libro de contabilidad de toda familia turca.
No volví a ver mi dinero.
Normalmente, tras varios intentos de recuperar el dinero, uno simplemente se cansa, se olvida o prueba a que el amigo se lo preste de vuelta para recuperarlo. Por eso, tener una excusa preparada es la opción más simple, ya que decir que no sería considerado descortés.
Algo como "qué pena que no me lo preguntases ayer, acabo de pagar el recibo del gas y también estoy sin dinero" funciona siempre. Es verdad que nadie se lo va a creer, pero es la única fórmula aceptada para salir de estos embrollos sin dañar gravemente una amistad.
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