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Columna
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¿Por qué esperar?

No está claro si Francisco Camps se encuentra en un limbo de privilegio o si sencillamente espera a que escampe y que las cosas empiecen a venir bien dadas. Pero cómo van a venir bien dadas si se empeña en confundir un montón de regalos recibidos a cambio de una trama de negocios más o menos extensa, en una red de corrupción más extendida que la de un petrolero hundido, con un pleito entre partidos en el que los jueces no tendrían nada que decir salvo muchas gracias por habernos recibido, presidente. Ante las revelaciones en curso lo mejor que podría hacer Camps es proseguir su conducta infantil del aquí no pasa nada con todas sus consecuencias, es decir, cremallera, grapa y botón y largarse a su casita por una larga temporada antes de ingresar en un monasterio cisterciense. Y lo menos estimulante es que las mayores vilezas se consuman sin grandiosidad alguna, quizás con la esperanza de que pasen desapercibidas, de ahí que la gente de teatro recurra a la farsa y no a la tragedia para llevar al escenario semejantes hazañas, ya que Macbeth, por ejemplo, jamás se habría dejado seducir por una cota de malla de Armani. Con decir que los grandes negocios de última temporada se han hecho a costa de trapicheos con la circulación y almacenamiento de las basuras no es que esté todo dicho, porque esta gente saca pelas incluso debajo de las piedras, ya que, al contrario, de lo que pensaba Marx, la basura sí es dinero. Tanto como para asegurar la vida del propio y de sus familiares durante toda una vida. ¿Y el usuario que la deposita en el contenedor? Paga sus impuestos sin saber que su bolsita de residuos enriquece a quien las reúne.

En los tiempos de la Gran Depresión en Estados Unidos los banqueros se lanzaban al vacío desde los rascacielos acompañando a su manera al desplome de la Bolsa mientras los obreros en paro hacían colas enormes por un plato de caliente de los servicios sociales. Aquí, ahora, con casi dos millones de hogares (es un decir) en los que ninguno de sus miembros percibe ningún ingreso, los banqueros se reúnen a contar sus beneficios con el pecho acorazado por asombrosas corbatas rojas y los ya casi indigentes desbordan los servicios caritativos. Como decía Samuel Beckett: "Una velada inolvidable". "Vaya que sí". "Lo peor es que parece que no termina todavía". "Es horrible".

Y de Camps, hasta donde ustedes quieran. González Pons, ese enorme futuro ministro de Basuras, anda diciendo por ahí que los sucesos de Egipto son poco menos que un ejemplo para que los españoles salgan a las calles a derrocar a Rodríguez Zapatero, mientras la Cospedal (tengo para mí que mujer muy peligrosa, no como mujer sino como política) se dedica a predicar arriesgadas suposiciones cuya falsedad jamás desmiente. En ese panorama, en el que se trata de ver quién la dice más gorda, me parece que Camps debería refugiarse cuanto antes en su nutrido fondo de armario, en el que no habrá de faltarle de nada.

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