Lydia Kúper, traductora de la gran literatura rusa
El pasado martes día 8 fallecía en Madrid, a pocos meses de cumplir los 100 años, una intérprete apasionada y brillante de clásicos como Tolstói, Chéjov o Pushkin. Su editor la recuerda con estas líneas
-La traducción de Laín Entralgo y Alcántara se deja leer. Pero he encontrado algunos... errores. Hay que corregirlos.
-Dame algún ejemplo.
La viejecita de casi 90 años me miró con su sonrisa escéptica, se calzó las gafas, fue a la tercera página de Guerra y paz y me leyó la frase siguiente:
-"Inglaterra, con su espíritu comercial, no comprenderá ni podrá comprender nunca la pobreza de ánimo del emperador Alejandro".
Alzó la mirada, se quitó las gafitas y me preguntó:
-¿Qué te parece?
Esperó mi opinión, pero yo no la tenía.
-¿Te parece posible? Es Anna Pávlovna la que habla.
Ante mi silencio añadió:
-Alejandro es el zar. A mí me llamó la atención que una noble rusa se refiera tan luego a la pobreza de ánimo de su zar.
Estuvo sumergida más de cuatro años en el universo de 'Guerra y paz'
-¿Qué hiciste?
-Consulté el original ruso y comprobé que Tolstói no pone en su boca eso sino todo lo contrario: la sublime altura moral del emperador Alejandro, no la pobreza de ánimo. Aquí tienes el libro.
La miré espantado.
-¿Qué dicen las otras traducciones? -le pregunté, refiriéndome a las traducciones al francés, al inglés y al italiano que también estaban sobre la mesa.
-La altura, la altura, las tres dicen la altura moral.
-Pero... ¿por qué crees que Laín y Alcántara pusieron lo contrario?
Esta vez fue ella quien guardó silencio. Nos miramos y comenzamos a reírnos.
-¿Cuestiones políticas, crees? -le pregunté, pensando que en el Moscú soviético, donde Laín había trabajado, tal vez no cayera bien un elogio al zar.
-No creo -dijo-. Pero no sé por qué puso la pobreza en vez de la altura moral. ¿Descuido?
Miré por un momento unas palomas que se habían posado en la baranda del balcón y luego le pregunté:
-¿Hay más?
-Mucho más, aunque hasta la tercera página esto es lo más llamativo. Y es inexplicable.
Las correcciones "gordas" fueron muchísimas más de lo que entonces preví. Y ello hasta la última página de la novela: al final de uno de los últimos párrafos del epílogo, antes del apéndice, la traducción de Laín Entralgo y Alcántara dice: "Esa unidad, en la astronomía, era la inmovilidad de la tierra; en la historia es la independencia del universo, la libertad"; pero Tolstói dice: "En la historia es la independencia del individuo, la libertad". ¿Por qué Laín Entralgo y Alcántara ponen universo en lugar de individuo?
Y eso para no hablar de la cantidad de términos, frases y hasta párrafos lisa y llanamente desaparecidos. Ni de los contrasentidos que nacen de errores de sintaxis; ni de los títulos alterados sin la mínima justificación: príncipe por conde, general por coronel; ni de los posesivos ambiguos, esos "su" que no se sabe si se refieren al sujeto o al predicado...
Lydia Kúper -que ella era la viejecita en esa conversación de 1999- no puso punto final a su trabajo sino a finales de agosto de 2003. Y ello después de haber hecho una segunda ronda de correcciones sobre pruebas nuevas, en las que ya habíamos aportado todas sus primeras correcciones. Para ello me pidió autorización: la relectura, me dijo, le había permitido comprender que había sido demasiado indulgente, sobre todo al principio. Y sus segundas correcciones resultaron ser casi tantas como las primeras.
De mayo de 1999 a finales de 2003, son más de cuatro años, cuatro años durante los cuales Lydia y yo estuvimos sumergidos en el universo de Tolstói, reviviendo a la vez la narración y nuestras lecturas de la narración, descubriendo de ese modo detalles minúsculos del genio del autor: maravillándonos de su idioma robusto, audaz; estremeciéndonos ante su conocimiento del alma humana; hallando explicaciones recónditas pero explícitas de muchas actitudes, afirmaciones, gestos y hasta sueños de muchos personajes, explicaciones que, en una lectura normal, pasan desapercibidas; en definitiva, haciendo esa lectura, única, que puede, quizás un tanto abusivamente, compararse con la lectura de su propio creador.
A lo largo de su tarea Lydia me dijo varias veces que, con este trabajo, yo le había regalado años de vida. En un momento surgió ante mí el pavor que, a mis 14 años, me producía el irme acercando al final de la lectura. A lo mejor lo mismo le pasaba a Lydia, al irse acercando al final de su trabajo. Los años de vida que yo "le había regalado" le bastaron para una traducción más: Stepanchikovo y sus moradores, de Dostoievski, que está en todas las librerías. Sería su última traducción.
Mario Muchnik es editor.
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