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Columna
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El naufragio mediterráneo de Sarkozy

Lluís Bassets

Es un fracaso largamente incubado. Desde su concepción durante la presidencia francesa de la Unión Europea (UE), en el segundo semestre de 2008. Recordemos: frenar el ingreso de Turquía en la UE; equilibrar el peso de Alemania; recuperar el protagonismo, que había quedado en manos de España con el Proceso de Barcelona, y sobre todo dorar los laureles del joven jefe del Estado recién elegido (mayo de 2007).

Sarkozy celebró la primera cumbre de la Unión por el Mediterráneo, con Mubarak de copresidente, en París, el 13 de julio de 2008, en los días gloriosos de la presidencia europea. Pero luego todo ha ido llegando tarde y mal. Se aprobó la instalación de la secretaría en Barcelona y se nombró a un diplomático jordano, Ahmed Masadeh, como secretario general. Pero no se celebró la cumbre bienal durante la presidencia española de la UE en el primer semestre de 2010. Y fue suspendida de nuevo e indefinidamente después de que se intentara celebrar en noviembre.

Si estamos a tiempo, debiéramos convertir la UpM en una unión para la democracia y la libertad en todo el Mediterráneo

La copresidencia, reglamentariamente en manos de un país de la orilla norte y otro de la sur, Francia y Egipto en la primera rotación, terminaba en 2010 con la segunda conferencia, dos años después de su constitución, sin que se hubiera previsto la prórroga o la repetición. Ahora podemos optar: o está vacante o, peor todavía, se la asignamos todavía a Mubarak. Si se tiene en cuenta que el secretario general también dimitió el pasado 26 de noviembre, por oscuras e inexplicadas razones, veremos que la UpM es un pollo sin cabeza. Y sin alas: el único proyecto listo, sobre los recursos hídricos, no llegó a buen puerto por una discusión incomprensible entre árabes e israelíes sobre si había que mencionar los "territorios ocupados" o los "territorios bajo ocupación" al hablar de Cisjordania.

Este es el balance de los dos años y medio de la UpM, cuando estalla la revolución democrática árabe. Unas instalaciones barcelonesas, 43 banderas frente a Pedralbes y una veintena de funcionarios sin jefes. Y nada más: ni rumbo ni destino. Ahora Sarkozy está en otras cosas. En las dimensiones mundiales de la presidencia del G20. Pero que esté en otras cosas no significa que reconozca su fracaso. Al contrario: el viernes pasado todavía osó decir que "ante la situación en Egipto, no sólo la Unión por el Mediterráneo es necesaria, sino que es indispensable".

Francia tiene un presidente que ha naufragado con la UpM y una ministra de Exteriores, Michèle Alliot-Marie, quemada por sus relaciones con el clan cleptócrata que estaba en el poder en Túnez. El juego ha quedado ahora descubierto. Y quienes ha puesto las cartas boca arriba han sido los ciudadanos árabes sometidos a dictaduras que reclaman sus plenos y legítimos derechos civiles. Si no se avanzaba era por una razón muy sencilla: no había argumentos suficientemente convincentes para los socios del sur, que no eran los pueblos, sino los dictadores. Querían más dinero. También por esta razón se ha ido Masadeh.

El Proceso de Barcelona, que Sarkozy quiso corregir y controlar, era más ambicioso, incluso en exceso. Su mayor objetivo era alcanzar una zona de libre comercio para la zona mediterránea en 2010. Tenía también un capítulo dedicado a cooperación política y seguridad, con especial énfasis en los derechos humanos. A pesar de su lenta dinámica, era lo más parecido a la Conferencia de Helsinki, celebrada en 1975, en la que los disidentes de los países comunistas encontraron una referencia donde apoyar sus exigencias de libertad. Sus acuerdos impulsaron las revoluciones de 1989. Nada parecido ha conseguido Europa con relación a los países árabes. Pudo serlo el Proceso de Barcelona, pero no lo ha sido la UpM, concebida como unión de proyectos en la que no se habla de política. Si estamos a tiempo, debiéramos convertir la UpM en una unión para la democracia y la libertad en todo el Mediterráneo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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