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Reportaje:MIGUEL IBÁÑEZ | Director del Centro de medicina del comportamiento animal

Un psiquiatra para perros

Un veterinario trata a animales que sufren ansiedad y trastornos obsesivos

Mia muerde a los otros perros. Aquí, dormitando en la consulta de Miguel Ibáñez, parece tranquila y despreocupada, pero sus amos, la familia Serrano, han tenido que traerla para corregir su conducta. Ha llegado a morder a un humano. Otro can, una reproducción de El perro semihundido de las pinturas negras de Goya, asiste desde una pared al diagnóstico de Ibáñez: Mia sufre ansiedad por haber tenido poco contacto con sus semejantes fuera del albergue en el que se encontraba. Ahora siente miedo y muerde. Los consejos: racionar la atención que se le presta, premiarla adecuadamente, variar su ruta de paseos. En unas semanas veremos cómo evoluciona.

Miguel Ibáñez (Mora de Rubielos, Teruel, 1953), bata blanca, ojos vivarachos, verbo colorido, es etólogo, psiquiatra animal, profesor e investigador de la Facultad de Veterinaria y director de este Centro de Medicina del Comportamiento Animal de la Universidad Complutense. En su época de estudiante, cuando empezaba a extenderse el estudio de la etología en la universidad (la ciencia que estudia el comportamiento animal), fue colaborador de Félix Rodríguez de la Fuente. Ahora, nueve profesionales se ocupan aquí de educar, dar asistencia terapéutica o investigar la conducta de los animales.

"La peligrosidad no es un problema de raza, eso sería racismo"
"Queremos convertir a los canes en buenos ciudadanos"

Ansiedad por separación del dueño, trastornos obsesivo-compulsivos (la utilización del término obsesivo en animales es polémica entre los especialistas, avisa Ibáñez), agresividad... los problemas pueden ser muchos. Hasta el aburrimiento. "Hace unos meses, una orca en un zoológico japonés trató de salir de su piscina. ¿Cómo un animal acuático puede querer salir de su medio al exterior? ¿Es una forma de suicidio como forma de resolver su situación depresiva?", se pregunta. La posibilidad del suicidio animal es también otra causa de polémica (Ibáñez nunca la rehúye), con muchas implicaciones, incluso filosóficas o religiosas. "La restricción espacial, el hecho de que un animal no tenga llaves para salir y entrar de un piso, en una granja, en un zoológico, es causa principal de problemas, aunque a veces pueden adaptarse. Yo por eso no tengo animales: no quiero coartar la libertad de otros seres".

Para polémica la que suele rodear a los llamados perros potencialmente peligrosos. ¿Culpa del animal? ¿Culpa del dueño? "No es un problema de la raza. Eso sería como el racismo humano, decir que tal raza está incapacitada para tal cosa o para tal otra", explica. "Los perros son todos de la misma especie, todos tienen el mismo tipo de comportamiento y las mismas necesidades. Se considera que un rottweiler o un pitbull son razas peligrosas, pero en realidad es una cuestión de educación", sentencia el veterinario.

Como en los humanos, todo empieza con la educación infantil, en la Escuela de Cachorros. Luego, la educación básica, avanzada y después la fase que denominan -e intentan que las autoridades reconozcan- la de buen ciudadano canino. "Queremos convertir a los perros en buenos ciudadanos, como ya pasa en otros países: el animal entra contigo a cenar al restaurante, se sienta y está a tu lado sin molestar. Si va solo por la calle, queremos que espere a que el semáforo se ponga verde. Esto se hace en países como Alemania, Suiza y en algunos Estados de EE UU. Así, el que quiera tener un perro debe tener una licencia, como para conducir un coche".

Pasadas las Navidades, nos encontramos en un momento delicado: la asociación protectora El Refugio estima que 250.000 cachorros fueron regalados en esas fechas, de los cuales muchos serán abandonados por problemas de conducta. En este centro, en el que también trabaja como colaboradora, Bernadette Anzola, veterinaria especialista en comportamiento animal, ofrecen cursos de seis semanas para aprender a tratarlos y evitar la triste opción del abandono. Ya saben: él nunca lo haría. La primera sesión es gratuita.

"La sociedad trata bastante mal a los animales, como esclavos. Hasta hace muy poco no se les ha considerado como seres que sienten. Hay gente que intenta justificar esto. Pero si un animal es capaz de tener hambre, frío o calor, por qué no va a sentir alegría o placer o tantas otras sensaciones. Cuando, además, se ha demostrado que tienen una anatomía y una fisiología capacitada para ello y comparable perfectamente a la de los seres humanos. Funcionamos de la misma manera".

Por supuesto, Ibáñez se declara abiertamente antitaurino. "Cuando se habla de la lidia, se habla del dolor físico, pero casi nunca del sufrimiento psíquico de un animal al que le sometes a esa tensión, a esa incapacidad de escapar de un círculo. Hay algunos toros que tratan de huir saltando el burladero. Habría que ver cuántos, abriéndoles una salida de la plaza, persistirían en enfrentarse al torero. El 100% huiría. Cuando uno se divierte a costa del sufrimiento de otros seres solo hay una palabra: sadismo".

Cuenta divertido el profesor que incluso ha firmado su particular armisticio con los bichos: "Hasta hace poco intentaba eliminar a los insectos cuando me fastidiaban, pero me dije 'qué falta de respeto hacia estos animales'. Ahora no piso una cucaracha y trato de espantar a la mosca para que salga por la ventana. He empezado a respetarlos y resulta que, de pronto, no tengo problemas con ellos, no encuentro cucarachas ni arañas... Igual es que, a cambio, ellos han empezado a respetarme a mí...", concluye riendo.

Miguel Ibáñez; la perra <i>Mia;</i> su dueña, Andrea Serrano, y Bernadette Anzola, en el Centro de Medicina del Comportamiento Animal.
Miguel Ibáñez; la perra Mia; su dueña, Andrea Serrano, y Bernadette Anzola, en el Centro de Medicina del Comportamiento Animal.BERNARDO PÉREZ

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