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PUNTO DE OBSERVACIÓN
Columna
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¿De qué hablamos ahora?

Soledad Gallego-Díaz

Ya está. Ya se ha logrado el pacto de las pensiones, ya se han puesto de acuerdo Gobierno, sindicatos, patronal y oposición para aumentar el periodo de cotización y disminuir la cuantía de la prestación. Todo el mundo ha dado en su fuero interno un gran suspiro de alivio porque la mayoría de los expertos aseguraba que era la única manera de garantizar la supervivencia del sistema y porque hay que creerles, dado que nadie, ni los más optimistas, piensan que el número de cotizantes vaya a poder aumentar en un plazo razonable.

Ya se sabe que la famosa frase, típica de escuela de negocios algo anticuada, "hacer más con menos" suele ser una graciosa fantasía. Con menos, salvo contadas excepciones, se hace menos. Las cosas hay que llamarlas por su nombre, sobre todo los periodistas, como decía hace poco uno de los editores de la BBC, al anunciar un fuerte recorte de su plantilla. Ahora lo único que queda, afirmaba, es intentar que ese "menos" se haga manteniendo con dignidad los niveles de rigor y equilibrio anteriores, es decir, parafraseándole, que con la bajada de las pensiones no disminuya también el anhelo de justicia que llevó a la creación de los sistemas de protección social y que no salgan perjudicados, dentro de la propia escala, los pensionistas con menor capacidad para defenderse.

Si hay menos dinero en la caja, quizás proceda reformar el sistema de reparto, buscando un mayor equilibrio y rigor

Bueno, ¿y ahora, qué? ¿De qué vamos a hablar ahora? ¿Hay algún otro tema por ahí que merezca la pena el mismo empeño, la misma fuerza y la misma presión? ¿Algún capítulo abierto sobre el que el Gobierno, con su presidente al frente, se pueda lanzar con el mismo vigor para, una vez satisfechos los mercados, tranquilizar a los ciudadanos? ¿Es posible plantear algún pacto para fomentar el empleo o la formación juvenil? ¿Para proteger las inversiones en I+D?, ¿quizás algo relacionado con la educación? ¿Ofrece el Banco de España algún tema para su debate público, o se le agotó la agenda con la reforma de las pensiones y ahora ya no considera necesaria tanta discusión pública a la hora de tratar otros asuntos, más de su competencia?

Sería una lástima que se nos pretendiera echar el freno ahora, cuando los ciudadanos ya hemos alcanzado el estado de ánimo reformista que se nos pedía y cuando, instalados en esa buena senda, empezamos a pensar que, si efectivamente hay que cambiar cosas porque hay incontestablemente menos dinero en la caja, quizás proceda también reformar el sistema de reparto, buscando un mayor equilibrio y rigor. Es una idea algo vieja, cierto, pero históricamente se podría decir que no ha dado malos resultados.

Claro que si se analiza el informe hecho público esta semana por la Comisión de Investigación sobre la crisis financiera que creó el Gobierno de Estados Unidos, la agenda de reformas debería estar mucho más centrada en cosas que son competencia de los bancos centrales, del Gobierno, de la dirección de las grandes corporaciones o de las instituciones reguladoras de los mercados.

La comisión, que ha investigado lo ocurrido en Estados Unidos desde la crisis de 2008, acusa a varias instituciones financieras de "avaricia" o "ineptitud", y, en algunos casos, de las dos cosas a la vez, según el resumen difundido por The New York Times. Los 10 miembros de la comisión (seis demócratas y cuatro republicanos) dirigen también sus críticas a los sucesivos Gobiernos que fracasaron (o renunciaron) a ejercer el control que, en teoría, deberían haber practicado en nombre de los ciudadanos que confiaron en ellos la defensa del interés público. El informe es especialmente duro con el anterior presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, considerado en su momento un prodigio de clarividencia y, desde siempre, un formidable defensor de la desregularización. Su liderazgo, asegura ahora la comisión investigadora, fue el primer ejemplo de "negligencia". Vaya por Dios, ahora va a resultar que Greenspan y sus colegas merecen figurar en el apéndice del maravilloso libro Los señores de las finanzas: los cuatro hombres que arruinaron el mundo (Premio Pulitzer 2010).

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