Contaminación
Madrid anda temporalmente sin autobuses turísticos. Estos vehículos son un recurso para las urgencias del visitante, que colecciona lugares como sellos en el pasaporte. Pero en estos días la supresión del servicio en Madrid es casi una exigencia sanitaria. Los índices de contaminación son tan elevados que no sería raro que algún turista, después del paseo por la ciudad, se fuera directo a presentar una denuncia por intoxicación de dióxido. Ahora las querellas han sustituido a la sastrería a medida y cualquiera puede presentar sus querellas favoritas, como mi amigo íntimo, que quería ponerle un pleito a Frank Sinatra porque a causa de los vapores románticos de Strangers in the night contrajo matrimonio.
Madrid le está fumando encima a sus ciudadanos. Lo hace cada día en índices que la comunidad europea ha calificado de ilegales. Mientras tanto, nadie avisa de que hacer deporte en la ciudad es como correr la maratón fumándose un habano. No parece sencillo que la ciudad que celebró hipotecarse a cambio de la accesibilidad en coche tenga ganas de cambiar de modelo. Capital del asma y las alergias, Madrid es una ciudad hospitalaria hasta con el enfisema, somos así.
Los medios, en cambio, se han hecho eco y altavoz de las protestas de los ciudadanos por contaminar con las lenguas del Estado el Senado, esa Cámara que tanto nos apasiona. La idea inmarchitable de que todo idioma de nuestro país distinto al castellano es un invento o una esmerada estrategia para fastidiar, regala a los nacionalismos las lenguas para tejer con ellas su dinámica acogedora frente al desprecio ajeno.
Siempre aparece la bendita excusa, más en tiempo de crisis, de que el dinero no hay que malgastarlo. Pero solo nos informan al detalle de lo que cuestan algunas cosas, no todas. Siempre ese dedo señalador del dispendio apunta contra la lengua o las expresiones artísticas. Por eso la ciudadanía preferirá gastar mil millones en un túnel para coches que 1.000 euros en un traductor.
La prensa jalea las indignaciones populares. Yo hoy no me sumo, me resto, pero si hace falta juro usar el mismo método que Mariano Rajoy con las opiniones más atrevidas de su partido: por la mañana las arropo y por las tardes me distancio.
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