Peter Yates, director británico que captó el espíritu de EE UU
Tras el éxito de 'Bullit', en 1968, se instaló en Nueva York
¿Se pueden mostrar en el cine los valores estadounidenses siendo un director británico? Sí, y uno de quienes mejor lo hizo fue Peter Yates. Filmes como El relevo (clase social, superación, esfuerzo) o Bullit (coches, el bien y el mal) cuentan mucho del alma estadounidense, y otros de sus títulos, como El confidente o El ojo mentiroso, muestran el paisaje urbano de Boston y Nueva York como pocos lo han logrado. El cineasta falleció el pasado domingo 9 de enero en Londres, a los 81 años, tras sufrir un infarto de miocardio.
Nacido en julio de 1929 en un pequeño pueblo, Ewshot, cercano a Londres, Peter James Yates, hijo de militar, estudió en la londinense Royal Academy of Dramatic Art, pero pronto abandonó la interpretación por la dirección teatral, curtiéndose primero en ciudades de provincias y posteriormente en Londres. También dirigía sesiones de doblaje: ahí le picó el gusanillo del cine y por eso comenzó a trabajar en 1960 -año en que se casó con su ahora viuda- como asistente de cineastas: con Jack Cardiff en Hijos y amantes, con Tony Richardson en Un sabor a miel, o en el rodaje de Los cañones de Navarone.
Sus filmes tuvieron varias candidaturas en la Academia de Hollywood
Su debut como director fue el flojo musical, Vacaciones de verano, que aun así funcionó muy bien en taquilla. Tras varios episodios de televisión llegó su segundo largometraje, un thriller estupendo, El gran robo, basado en el gran robo al tren de Glasgow, y que fue la película que convenció a Steve McQueen para contratar a Yates para que dirigiera Bullit. El thriller, con una de las mejores secuencias de persecución automovilística de la historia del cine y que, a pesar de la leyenda, rodó McQueen junto a un especialista, ganó el Oscar al mejor montaje y cuatro globos de Oro. Fue el primer filme estadounidense de Yates -se desarrollaba en San Francisco- y por él se mudó a vivir a Nueva York.
En los años setenta, el cineasta combinó títulos más íntimos con grandes espectáculos: de John y Mary (1969), con Dustin Hoffman y Mia Farrow, pasó a La guerra de Murphy (1971), en la que Peter O'Toole encarnaba al superviviente de un barco británico torpedeado por un submarino alemán en la II Guerra Mundial; el thriller Un diamante al rojo vivo (1972), otra de robos, esta con Robert Redford, antes de uno de sus mejores trabajos, El confidente (1973), con Robert Mitchum en un Boston de arrabales. Otra comedia con buen resultado en taquilla fue ¿Qué diablos pasa aquí?, con Barbra Streisand, y cayó en títulos menores como El madre, la melones y el ruedas y Abismo, donde lo más destacable era Jacqueline Bisset luciendo camisetas mojadas.
La década la acabó con El relevo, sus primeras candidaturas al Oscar en las categorías de mejor película y mejor dirección: su mezcla perfecta de descripción social, relaciones sentimentales y deporte -en este caso, ciclismo-, junto con buenos actores poco conocidos relanzó su carrera y por ello repitió al año siguiente con el guionista Steve Tesich en el thriller político El ojo mentiroso. A Yates le gustaba cambiar de géneros y tras su paso por una de espada y brujería, Krull (1983), llegó otro de sus grandes largometrajes, La sombra del actor (1983), que supuso su vuelta a Reino Unido y a los Oscar -candidaturas a película y dirección- con la intrigante relación entre un actor (Albert Finne) y su ayudante-hombre para todo (Tom Courtenay).
Nunca bajó el pistón, aunque aumentó su irregularidad: Eleni (1985) precede al estupendo Sospechoso (1987), con Cher y Liam Nelson, la interesante La casa de Carroll Street (1988) y las peores Un hombre inocente, El año del cometa (ya en los noventa), Compañeros de habitación, Una razón para luchar y Fantasmas a escena.
En el año 2000 filmó para televisión y en España una adaptación de Don Quijote con John Lithgow como el hidalgo, Bob Hoskins de Sancho Panza y actores españoles como Lucina Gil o Alicia Borrachero.
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