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Crítica:CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Agridulce

Fue la del domingo una velada de sentimientos encontrados. No solo en cuanto al acierto interpretativo con que se abordó cada compositor, sino también en lo que respecta al enfoque de movimientos o secciones de una misma obra. Así, por ejemplo, mientras el ajuste anduvo prendido con alfileres en los pasajes más vertiginosos de Berlioz o en el Allegro final del concierto de Chaikovski, resultó modélico en la sinfonía de Sibelius. El pianista, que usó y abusó de sus músculos, de su agilidad, de la velocidad y del pedal, nos encantó de repente con una cadenza sincera y comunicativa, que sobrepasaba el gesto para adentrarse en la profundidad de la música. Su fogosa relación con el instrumento, escorada por una parte hacia el lado circense del virtuosismo, se decantaba, por otra, hacia un fraseo fruto de la expresión sincera. Se apartaba así de esa mercadotecnia calculada que tantos solistas ofrecen a sus oyentes, mirando hacia el cielo en lugar de al teclado. Matsuev lo toca de forma robusta, potente, personal, no muy límpida, tampoco muy sutil. Pero parece entregarse a tumba abierta, y eso se agradece en los tiempos que corren.

ORQUESTA DE PARÍS

Paavo Järvi, director. Denis Matsuev, piano. Obras de Berlioz, Chaikovski y Sibelius. Palau de la Música. Valencia, 16 de enero de 2011.

La orquesta tampoco fue un modelo de transparencia y ajuste en Le Corsaire de Berlioz, ni en el concierto núm. 2 de Chaikovski. Simplemente cumplió. ¿Faltaban más ensayos? Imposible saberlo con las agrupaciones que aterrizan, tocan y se van. Sin embargo, con frecuencia, ese asunto tan "primario", tan alejado de las pomposas polémicas sobre las versiones, es causa de muchos males, aquí y en todas partes. Llegó luego la Segunda Sinfonía de Sibelius y todo estaba en su sitio. Podría suponerse que teniendo a Järvi como director, el repertorio nórdico debería manejarse con frecuencia y con soltura. Pero Järvi solo es titular desde hace cinco meses...

Paavo Järvi, hijo de Neeme Järvi, tuvo asimismo sus claroscuros en esta sesión. Decantado al principio hacia un tempo ligero, la obra de Sibelius sonó en los primeros compases precisa, pero desprovista de esa solemnidad casi épica que Leonard Bernstein (del que Järvi fue alumno) le confería. Poco a poco, sin embargo, fue ganando en peso sonoro y ralentizándose, hasta que, al final, el pecado fue por exceso y no por defecto.

En definitiva: una sensación agridulce. Lo fantástico al lado de lo mediocre, lo convincente junto a lo criticable. Tampoco es raro. Muchas veces es esa ambigüedad de resultados lo que predomina en un concierto.

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