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Reportaje:PURO TEATRO

La silla de Bond

Marcos Ordóñez

No es frecuente el estreno de una obra de Edward Bond, y si además se trata de un texto tan amargo como Silla (Cadira, en la formidable versión catalana de Anna Soler), el arrojo de la compañía dirigida por Moisés Maicas se merece una medalla. Bond es uno de los dramaturgos más activos del teatro británico, con más de cuarenta piezas en su historial, y uno de los más influyentes: puede advertirse su huella en la virulencia de Anthony Neilson o Sarah Kane. A mí nunca me había vuelto loco. Me parecía, la mayoría de las veces, maniqueo, sermoneador y adepto a un nihilismo tan forzado como efectista. Silla, en cambio, me ha gustado mucho. Nació, en 2000, como una obra radiofónica, esa maravillosa tradición inglesa; Alain Françon, su principal valedor francés, la presentó en Aviñón en 2006, y dos años más tarde la montó Robert Woodruff en Nueva York. Silla es una obra breve y reconcentrada, que con muy pocos elementos dibuja con precisión las normas y la atmósfera de una distopía feroz y deshumanizada. La acción transcurre en Londres, en 2077, bajo un gobierno totalitario que ha impuesto un estado de "alerta permanente". En un piso minúsculo y suburbial viven Alice (Lina Lambert) y Billy (Oriol Casals), un muchacho infantilizado al que recogió en la calle, desafiando la normativa de natalidad, y que lleva 26 años oculto. Cuando comienza la historia, Alice está a punto de cometer otra transgresión tan o más peligrosa: ofrecer una silla a un soldado (Albert Alemany) que patrulla la zona y custodia, en la calle, a una prisionera (Tilda Espluga). Su acto caritativo encubre una maniobra de aproximación: ha creído reconocer a esa anciana andrajosa, delirante, bárbaramente golpeada, la cara manchada de sangre negra, que va a ser trasladada a PrisCit, el penal del que nadie vuelve. El suspense de la primera escena radica en el misterio de la relación entre Alice y Billy; en la segunda, el aire está electrizado por la violencia, arma mediante, de la situación: los nervios del soldado bisoño, el miedo de Alice, el dolor sin palabras de la prisionera animalizada, los testigos semiocultos tras las ventanas. En la tercera, una sonriente funcionaria (de nuevo Tilda Espluga) del orwelliano Ministerio del Bienestar llega al piso para interrogar a Alice. A diferencia de la estampa callejera, la violencia se expresa aquí a través de un lenguaje gélidamente burocrático, y es, por tanto, mucho más aterradora. Reconocemos la estrategia: este careo podría haberlo escrito el Pinter más político, el Pinter de One For the Road o Mountain Language. Estamos en el centro del pozo, en el corazón negro de Silla, hasta el punto que podría decirse que la obra "es" esa gran y electrizante escena, pero sería injusto. Empieza ahora el gran juego, un juego en el que Billy no puede perder, y que no revelaremos aquí. El gran juego es el plan de la desesperada Alice para escapar del omnipotente control gubernamental y para convertir a Billy en hombre: hay una carta con instrucciones, un sobre con dinero, un parking, un bosque nocturno, y un frasco del que nadie, absolutamente nadie, podrá atrapar un átomo. Silla es una tragedia, y el universo que retrata no puede ser más desolador, pero, como toda tragedia digna de su nombre, rebosa energía y suscita una poderosa indignación moral.

El montaje, presentado en la barcelonesa sala Muntaner, es de una austeridad albana, demostrando, por enésima vez, que basta con un buen texto, una buena dirección y unos buenos actores. A mi juicio, aún falta apretar las tuercas de las interpretaciones masculinas, que en ocasiones rozan el cliché; tampoco acaba de estar resuelto el final, sobrecargado de fundidos en negro, pero predomina la escalada de tensiones, muy hábilmente sostenidas y, sobre todo, la verdad fulgurante de esas dos espléndidas actrices que son Lina Lambert y Tilda Espluga, un auténtico lujo para nuestro teatro, tan lujosas que las vemos demasiado poco. Lina Lambert nos ofreció la anterior temporada un altísimo y conmovedor trabajo en Muchos recuerdos para Ivanov y aquí sirve, de nuevo en grado superlativo, un personaje que parece escrito para ella, uno de esos personajes que, como bien señala el certero Juan Carlos Olivares en Time Out, "arden bajo una piel endurecida". Tilda Espluga bordó, el pasado verano, su Polina de La Gaviota, y aquí compone una espeluznante comisaria política, capaz de aniquilar sin mover una ceja ni subrayar un tono: tal vez su indumentaria y su peinado, muy "Ninotchka style", escora un tanto la pieza hacia la pesadilla soviética, detalle que no sé si complacería al muy marxista señor Bond. Bromas aparte, Silla se merece una pronta gira española: por el texto, por la puesta, y por ellas dos.

Hablando de dos, he visto también un par de funciones que me han llamado la atención. La primera, Nelly Blue, en el Club Capitol, es un minimusical simpatiquísimo, con gracia y poesía: los avatares, en la Barcelona de los sesenta, de un peluquero adicto a la canción italiana y un huérfano adorador de Nino Bravo, luchando por convertirse en estrellas. La función, producida por T de Teatre, está escrita por su directora, Marta Pérez y sus protagonistas, Xavi Mira y Albert Ribalta, que la interpretan con convicción y encanto, y además cantan estupendamente: está obteniendo un buen éxito, pero con una dirección más ceñida, que peinara sus bajones y potenciara sus grandes momentos, podría triplicarlo. Me habían hablado muy bien de ProtAgonizo, el valiente monólogo de Ester Bellver, que tras una temporada por las alternativas madrileñas ha recalado en una nueva sala barcelonesa "de bolsillo", Porta 4 (¡bienvenida!), en la plaza de la Virreina. Ester Bellver es un pedazo de cómica, con fuerza y talento por arrobas, pero a su espectáculo, para mi gusto, le sobran cucamonas. Yo creo que si se centrara en sus aventuras teatrales, que cuenta con muchísima gracia, y recortara las postalitas de infancia, ProtAgonizo sería un trueno. No hay que perder de vista a esta actriz.

Silla. Sala Muntaner. Barcelona. Hasta el 16 de enero. Nelly Blue. Club Capitol. Barcelona. Hasta el 20 de febrero. ProtAgonizo. Porta 4. Barcelona. Sábados y domingos de enero.

De izquierda a derecha, Tilda Espluga, Albert Alemany, Lina Lambert y Oriol Casals, en <i>Silla</i>, con montaje de Moisés Maicas.
De izquierda a derecha, Tilda Espluga, Albert Alemany, Lina Lambert y Oriol Casals, en Silla, con montaje de Moisés Maicas.DAVID RUANO

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