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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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Siempre nos quedará Marx, queridos

Manuel Rodríguez Rivero

Ya hemos estado aquí antes. Muchas veces. De manera que lo de ahora no nos suena a nuevo. Lo que ocurre es que cada vez que termina suspiramos tan aliviados que olvidamos que volverá a ocurrirnos. Más allá de la cloaca retórica en la que el estalinismo puso a hervir su pensamiento, lo cierto es que Carlos Marx explicó con precisión taxonómica por qué el capitalismo lleva implícitas sus crisis. No fue un profeta exacto porque la historia ha seguido moviéndose (no siempre hacia adelante, a pesar de lo que el maestro alemán suponía). Ahora con los emergentes BRIC (Brasil, Rusia, India, China) echando más humo al planeta y haciéndose sitio a codazos (lo que siempre es peligroso), las crisis tienen otro rostro, pero casi siempre y en todo lugar sufren los mismos. También patinó (hasta la fecha) en el vaticinio de que vendría una crisis que acabaría con todas las otras, aunque ha habido momentos (de 1848 en adelante) en que todo parecía posible. Leo en las páginas color salmón -que para los profanos exhiben la credibilidad obscena de las cifras- que el precio del trigo subió el 80% el año pasado. Y que, más en general, las materias primas experimentaron en los últimos seis meses un aumento próximo al 25%. Leo en otras páginas que en ciertos países de lo que antes llamábamos Tercer Mundo se están produciendo motines y protestas relacionados con lo que he leído en las páginas salmón. Marx sólo sirve para explicar, me digo, y no siempre. Decido que la marcha del mundo me está convirtiendo en lo que hace algunos años se llamaba "pequeño burgués radicalizado" y, ahora, menos enfáticamente, cascarrabias resentido. Busco en los libros (todavía y mientras tanto) respuestas que no encuentro e interpretaciones que proceso. En El odio a Occidente (Península), por ejemplo, Jean Ziegler, que sabe algo del hambre del mundo, explica por qué aquí las crisis crean parados y allá (literalmente) muertos de hambre. No es una lectura agradable. Pero es útil. Mientras tanto.

Con los emergentes BRIC echando más humo al planeta y haciéndose sitio a codazos, las crisis tienen otro rostro, pero casi siempre sufren los mismos
El humor no es incompatible con la intriga, como vuelve a demostrar en tono literariamente menor 'Los crímenes del profeta'

Liebre

A juzgar por los avances de programación, el año editorial se presenta apetitoso. No siempre ocurre, a pesar de los casi 80.000 títulos: como en todo, hay años de buena cosecha y otros de no tan buena, y este parece de los que van a dar juego. Tempranero, por ejemplo, amanece uno de los libros que, sin duda, estarán el próximo diciembre en las listas de los mejores de 2011: La liebre de la Patagonia, de Claude Lanzmann (Seix Barral, traducción de Adolfo García Ortega), viene precedido por la estupenda recepción que tuvo en Francia, donde fue publicado (Gallimard) en marzo de 2009. Lanzmann, un joven octogenario que dice "amar la vida con locura", ha construido una soberbia autobiografía que merece situarse no muy lejos de las de Zweig (El mundo de ayer, 1942), Nabokov (Habla, memoria, 1951), Sartre (Las palabras, 1964), Canetti (La lengua suelta, 1977), Bernhard (El Origen y el resto de su saga, 1975-1982), por citar a otros autores del siglo XX. Porque ese es, precisamente, el siglo en que Lanzmann se sumerge y en cuyas tempestades se agita con la misma pasión con la que se entrega al amor, a la amistad o al debate ideológico. O con la que defiende el sionismo -un asunto polémico tanto en Francia como en España-, en el que cree ver el motor que despertó la conciencia de los judíos de la diáspora, propiciando la recuperación de su condición de "sujeto de la historia". Comunista y miembro de la resistencia en su juventud -a los 18 años se jugaba la vida contrabandeando armas en las narices de la Gestapo-, profesor de filosofía (tesis sobre Leibniz), periodista y activo participante en la vida intelectual francesa de posguerra -cuando fue admitido en el santuario sartreano de Les temps modernes-, militante anticolonialista durante la guerra de Argelia, autor de la más impresionante película jamás filmada sobre el Holocausto (Shoah, 1985) y de muy sesgadas apologías de Israel (Pourquoi Israel, 1972) y de sus Fuerzas Armadas (Tsahal, 1991), la autobiografía de Lanzmann resulta apasionante no sólo por lo que vivió, sino por la fuerza, la convicción y la actitud a menudo desafiante con las que lo cuenta, muy alejadas de la habitual circunspección de los memorialistas judíos. Amigos y amantes (y no sólo de Simone de Beauvoir, que le llevaba casi 20 años), intelectuales (Aragon, Fanon, Sartre, Cau, Deleuze, etcétera) y políticos de toda laya, desfilan por sus páginas retratados con la sinceridad de quien ha protagonizado sonoras rupturas y clamorosas reconciliaciones y ya no tiene mayor interés en la diplomacia autobiográfica. A Sartre, definido con admiración como "una formidable máquina de pensar, bielas y pistones fabulosamente engrasados", dedica sus más vibrantes elogios, reconociendo sin ambages el papel que su libro Reflexiones sobre la cuestión judía (Seix Barral) tuvo en su evolución ("yo era exactamente el judío de las Reflexiones"). Particularmente apasionantes -y sensibles- resultan las páginas que dedica a su hermana Évelyne ("fácil presa del demonio de lo absoluto"), una actriz que se suicidó a los 36 años, después de turbulentas relaciones sentimentales con Deleuze y Sartre. La liebre de la Patagonia es una autobiografía fascinante que recomiendo a los que se hicieron adultos a lo largo del siglo XX y todavía están haciendo balance de lo bueno y lo terrible que nos trajo. En cuanto a la edición española (524 páginas, 24 euros), un par de pegas (ya sé: un poco bordes) de lector-consumidor. El formato alargado y la caja muy densa (unos 2.400 caracteres por página) hace particularmente incómoda la lectura de un libro tan grueso y con las páginas fresadas en vez de cosidas (un problema que no presentan los libros electrónicos, a los que cada día se apunta más gente). Y, más importante: jamás entenderé por qué los editores españoles han suprimido el utilísimo índice onomástico que el autor decidió incluir en la edición original.

Travestidos

Si algo echo en falta en muchas de las novelas "negras" que nos llegan del frío es su escaso sentido del humor. Quizás se deba a que sus autores están excesivamente preocupados por incardinar en la intriga esos apuntes de crítica social a las que son tan aficionados y que son tan aplaudidos por lectores que necesitan ese "algo más" para sentirse del todo cómodos. Pero el humor no es incompatible con la intriga, como vuelve a demostrar en tono literariamente menor Los crímenes del profeta (Ediciones B), del escritor turco Mehmet Murat Somer, una novela "negra" protagonizada por el primer detective travestido que recuerdo. El narrador/narradora, dueño de un cabaret en Estambul (una ciudad de la que se ofrecen abundantes pinceladas de color local), investiga el asesinato de varios transexuales que tienen algo en común: sus primitivos nombres de varón son siempre de profetas. Hay islamistas radicales y masoquistas, personajes del submundo farandulero y varias situaciones hilarantes. No es Cosecha roja, claro, ni lo pretende. Pero también denuncia cosas, a su manera. Se lee, se pasa un rato entretenido, y a otra cosa.

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