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Columna
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Chanzas y aplausos

Cuchufletas, risas y aplausos. Ni asombro, ni sorpresa, ni espanto, ni mala leche añadida que pueda irritar a la inmensa masa de contribuyentes que cumplen con sus obligaciones cívicas. Y cívicas lo son porque de su contribución salen las infraestructuras o las prestaciones sociales que llegan a casi todos. Que la Audiencia Provincial de la capital de La Plana haya dictado el sobreseimiento, es decir, desentenderse y declarar que ya no hay delitos fiscales, no porque no los haya o deje de haber, sino porque el tiempo caduca esos delitos como el otoño las hojas y los sumarios abiertos al provincianísimo presidente de la Diputación de Castellón... eso, eso vecinos, era lo previsto y comentado por cualquiera de quienes seguían, y siguen, el archiconocido caso Fabra. Caso, por otro lado, muy castellonense y valenciano, muy judicial y zarzuelero. Chirigotas, risas y palmas. Porque tras tantos años y tras tantos jueces, tras tantos informes bancarios tardíos y tras tanta institución financiera a la que no se le dio prisa como a Alonso, tras tanta tarea dilatoria que prolonga la tramitación de las causas, y tras tanta finura y destreza leguleya, el resultado ha sido -hasta el momento y si Dios, el diablo o Sor Patrocinio, la monja de las llagas, no lo remedian- el esperado: chanzas, sonrisas y fervorosos aplausos. La Justicia, como escribió Cervantes, anda, en estos tiempos de hierro, cubierta de andrajos y, en ocasiones, aplica la ley del encaje de bolillos, que es tanto como arbitrariedad. Por eso hay que darle la enhorabuena y el feliz año nuevo al cívico contribuyente que -por respeto o temor a la sanción u honradez- cumple con la Agencia Tributaria. Ese contribuyente sin nombre que frunce el ceño y la nariz ante el olor que le llega del caso judicial de Fabra. Aunque también hubo, y hay, quien perdió interesadamente el olfato, la vista y el oído: se quedó sordo, mudo, ciego como los tullidos de La Corte de los Milagros de Víctor Hugo, que transformaban luego la mudez, la ceguera y la sordera en cuchufletas, risas y aplausos cuando su jefe de filas cantaba: "Rápida aquí es la justicia, soy abogado, jurado y el único juez. No hay que alargar ningún juicio porque es la sentencia lo más divertido otra vez".

Y es que el caso Fabra más que el caso de un jefe político y público de nebulosas relaciones con el erario también público; más que una lastimosa o irrisoria historia judicial, digna de poca consideración y menos respeto por parte del vecindario; más que todo eso, se ha venido a convertir en una realidad literaria como Les Halles de París con los mendigos de Hugo; como la corte madrileña en tiempos de Narváez en Valle Inclán, como el patio cervantino de pícaros sevillanos; como la rueda de prensa del presidente de la provincial Diputación de Castellón, rodeado de pícaros con el estómago agradecido que ríen las ocurrencias chistosas de su jefe sobre los deberes de los jueces y aplauden sin freno a la señal de Gananciosa.

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